| Nueve |
La próxima vez que nos mudemos, lo cual espero que sea dentro de muchos, muchos años, me voy a asegurar de que Sandor por lo menos esté despierto... es nuestro primer día en nuestra nueva casa y lo mejor que se le ocurre hacer es dormir. Después de que se haya ido hacia una de las habitaciones, permanecí en mi lugar un rato más, hasta que decidí que no tenía porqué ser algo malo. Mi cēpan me había dejado con un montón de cosas dulces en la mesa. Tenía que aprovecharlo.
No conocía ni la mitad de todo lo que había allí, y de hecho me limitaba a llamarles tortitas a todos. Con ayuda de un tenedor, fui probando un poco de cada uno, hasta que encontré uno muy esponjosito y con mucho chocolate... cerré los ojos, saboreando profundamente de algo que no había probado antes. Uy, podría vivir durante años comiendo solo esto.
Sabía que a Sandor no le enfadaría que ande probando los dulces, pero sí le molestaría saber que hice algo más que "probar", así que seguí comiendo hasta darle una forma bonita, la saqué de la bandeja, la puse en un plato y la metí en la nevera. Con suerte no se habría fijado en ella, y entonces esa torta nunca formó parte del desayuno.
Siguiendo la sugerencia de Sandor, fui a curiosear en la sala de juegos, y me sorprendió la gran variedad de equipos y materiales que había allí, pero solo conocía los juegos de mesa y la cancha de ping pong. Lo cierto es que a veces me entristecía por no tener hermanos ni amigos, pero Sandor es lo suficientemente joven para comportarse como uno en determinados momentos, y aunque no es lo que uno llamaría cómplice, era una buena compañía.
No sé cuántos años tiene exactamente, pero era menor de edad cuando escapamos de Lorien, eso sí lo sabía, porque en la nave había escuchado a algunos de los otros cēpan dudar de su capacidad de cuidarme y formarme debido a lo joven que era. Recuerdo que una de las señoras había dicho "es un niño a cargo de otro niño", como si el hecho que se queje y queje vaya a hacer que aparezca allí un cēpan más experimentado dispuesto a pasarse tantos años en un planeta desconocido solo por mí. Muchas veces Sandor era un verdadero fastidio y soberanamente exigente, pero creo que es una suerte estar atado a él y no a esa doña, porque la relación entre cēpan y guardianes es así. Sandor me había explicado que se forman vínculos, y que a veces esos vínculos eran muy fuertes, y en ocasiones son más intensos que el existente entre un padre y un hijo. Por supuesto, eso yo no puedo saberlo. No recuerdo al mío.
También es una suerte que en Lorien se hayan dedicado tanto tiempo en explorar la Tierra. Tenían muchos datos sobre este mundo, e incluso en las escuelas enseñaban inglés. Sandor no quiere hablar de Lorien, supongo que extraña mucho, pero a veces logro que al menos me conteste algunas preguntas.
Me fijé en los sistemas de sonido que tenía la sala y me pregunté si sería buena idea reproducir música. Sandor se ponía realmente gruñón cuando se lo despertaba. Decidí dejarle dormir tranquilo, y pasé los siguientes quince minutos jugando a la rayuela, que era de las pocas cosas que podía hacer solo en aquella habitación. Me lo había enseñado Anthony, casi un año después de haber llegado a la Tierra. Anthony era el hijo de una de las señoras que trabajaban en el hotel en que vivíamos en ese entonces, y uno de los pocos niños con el que pasé tiempo. Nos mudamos dos días después, y nunca lo volví a ver. Luego seguí explorando y encontré un rompecabezas con el diseño del espacio, las piezas eran pequeñas, pero eran muchísimas y comencé a construirlas, celebrando cuando las piezas encajaban.
Me entretuve allí durante casi dos horas, que fue cuando me empezó a cansar el cuello y la cintura. Si le pasara a Sandor, le diría que ni que señora, me reí y salí de la sala de juegos, y me dirigí al salón principal, donde había un amplio sofá, un plasma y una mesita de vidrio. Encendí el aparato, pero descubrí que no funcionaba, porque se mostraba de un solo color (azul) con una delgada línea roja en el centro. Sabía que Sandor tenía una caja de herramientas en la camioneta, así que bajé a buscarla. Mientras me dirigía hacia el estacionamiento del John Hancock Center, me pregunté dónde estaría guardado el cofre. La última vez lo había guardado en el vehículo, y creo que fue una buena decisión considerando el apuro que pasamos, pero esta mañana lo vi subir al piso con él, pero no había visto dónde lo guardó. Esperaba que pronto me dejara abrirlo.
ESTÁS LEYENDO
Las sorpresas de Chicago: Fanfic Loriense
FanfictionAU. Porque Sandor y Nueve merecen un final menos trágico. Este fanfic de Los Legados de Lorien describe los primeros años en el John Hancock Center. AVISO: algunos capítulos incluyen palmadas/azotes a un menor. Si no gusta, no lea.