XXXI: Unión

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| Nueve |

Por alguna razón inexplicable, Sandor había decidido que ese día lo pasaríamos en la casa. Decía sentirse de maravilla y yo le creí, porque se puso a trabajar en el ordenador. Si bien no había traído todo el equipo con el que contaba en Chicago, para mi cêpan la tecnología era indispensable, no solo porque se llamaba a sí mismo un ingeniero frustrado, sino porque nos ayudaba a estar al corriente de los movimientos del enemigo. Y de las noticias sobre los demás miembros de la garde en la Tierra.

No tenía ni idea de dónde se encontraban los demás, o qué estarán haciendo. O si sus cêpan también son tan estrictos como el mío. ¿Será que ellos sí van a la escuela? ¿A clases de teatro, música o pintura? ¿Compartir con otros niños, siquiera? ¿Se les permitirá a ellos todo lo que se me había negado a mí?

Sabía que Sandor hacía las cosas con la única intención de protegerme y sabía que funcionaron, ya que le veía muy vivo a Alexander. Saber que él es yo en el futuro es muy raro y me gustaba que Sandor nos tratara como si fuéramos diferentes personas. Lo hacía un poco menos extraño.

- Oye Alexander – llamé su atención. - ¿Cómo son los demás?

- ¿Quiénes?

- Pues los demás gardes y los otros cêpan - ¿es que no era obvio?

- Ah – suspiró y no dijo nada durante casi un minuto.

Estábamos jugando a las damas y la verdad es que quería distraerlo lo suficiente para ganarle. No podía perder contra él de nuevo y considerando que le había prometido permitirle que me entrene, intuía que me humillaría más de una vez.

- La mayoría son morenos, como es característico de nuestra raza – explicó diligentemente algo que no era lo que yo quería saber, pero lo dejé continuar. – Todos son muy fuertes pero tenemos muchas debilidades y... sé lo que estás pensando.

Ambos estábamos sentados en el piso, son las piernas dobladas y la tabla entre los dos. Sandor no había querido unirse, diciendo que tenía trabajo que hacer y que si todavía teníamos ganas de seguir jugando en la noche lo haríamos entonces. Alexander se llevó la mano a la cara y se frotó con frustración.

- Mira, todos nosotros tenemos nuestra historia, ¿está bien? Ninguno ha vivido su vida como miel sobre hojuelas y la historia de un garde es tan terrible como la de los demás.

De pronto, de un solo movimiento, se lleva cuatro de mis piezas. ¡Cuatro! Me indigné mucho. Mis preguntas eran para distraerlo a él, ¡y me distraje yo! A Alexander no pareció importarle el juego en lo más mínimo y siguió con su explicación.

- Sé que a veces sientes que lo único que haces es entrenar, pero eso es momentáneo, lo prometo. Cuando aparezcan tus Legados, los ejercicios de fuerza y cardio disminuirán bastante aunque nunca terminarán. Son parte de ti para siempre.

- Am... pues... ya apareció.

- ¿Cómo? – Se sorprendió.

- Mi primer Legado – dije con orgullo en la voz. – Puedo controlar el sentido de la audición.

Inmediatamente su rostro adquirió una expresión de profundo alivio.

- Uf, así que audición, eh – sonrió. - ¿Hace cuánto tiempo?

- Pues... menos de una semana, creo – sonreí avergonzado.

No es como si hubiese marcado en el calendario el día en que apareció mi primer Legado. Tal vez debería haberlo hecho.

Las sorpresas de Chicago: Fanfic LorienseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora