XXIII: Oculto Parte I

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| Sandor |

Solo, en la oscuridad de mi habitación, enredo a mi muñeca la corbata vieja y raída. Una corbata que me he negado a soltar desde la última vez que lo había usado. En la Academia de Defensa Loriense, al que fui reclutado, estaban prohibidos los objetos personales, o al menos a mí me los quitaron, aunque yo fui lo suficientemente astuto para ingresar la única cosa que me importaba de verdad. Realmente no sabía si se le trataba así a todo el mundo o solo a mí, por las circunstancias de mi reclutamiento. Yo nunca quise estar ahí.

No quería pensar en que sentía algún tipo de apego hacia un objeto. Yo tenía prioridades y siempre digo que si hay que dejarla atrás cuando estamos corriendo por nuestras vidas, se queda atrás. Es por eso que nunca permití una mascota, aunque Nueve haya clamado y reclamado por ella muchas veces. Si nos atacaban, no habría tiempo de volver a buscar a la mascota y eso sería terrible. Cuando todo esto acabe, viviremos en una casa de verdad, con un jardín amplio y adecuado para todas las mascotas que el niño desee adoptar.

La corbata me la había regalado mi abuelo, unos días antes de mi primer día de clases. Era celeste, como exigía el uniforme de la escuela, pero en la parte de atrás estaba bordado el escudo de nuestra familia. Mis antepasados habían contribuido en las exploraciones interplanetarias, trazando el camino que se debía seguir para regresar a la Tierra. Los primeros exploradores habían dejado una roca loralita gigante, hundido en el Océano Atlántico. Su resplandor era suficientemente fuerte para ser distinguido desde el espacio, de modo que el reto era encontrar la emisión de luz para seguirla.

Mi abuelo se sentía orgulloso de ser su familia, mi padre me lo decía siempre, principalmente porque era muy común que los niños cêpan, como yo, sientan feo no tener Legados. Los adultos lorienses generalmente se encargaban de hacerles entender que son igual de importantes, porque la sociedad loriense necesita de todo tipo de gente, no solo gardes dispuestos a luchar por la seguridad de nuestro planeta. Era una tarea muy difícil, sin embargo, pues casi nadie creía que había una amenaza sobre nosotros. Yo no lo creía. Me parecía una absurda leyenda del tipo que se les decía a los niños para que se comieran las verduras.

Me quedé contemplando el escudo de mi familia durante unos minutos, pensando. Sabía que teníamos una fortaleza en la Tierra. Era una lástima que no me hayan dado los detalles de dónde se encontraba y cómo acceder a él, porque en algún punto de nuestra historia, algunos de nosotros fueron gardes, tuvieron legados y pudieron enriquecer el lugar para que sea exclusivo para lorienses. No había ningún tipo de discriminación hacia los terrícolas en sus acciones, no había nada más que la necesidad de encerrar objetos y preparar un lugar seguro en caso de que se descubriera su secreto y necesiten refugio. Conocer su ubicación sería fantástico, pero ya me había resignado a eso, pues la Tierra es gigante y yo no tenía ningún indicio. Hay algo similar en Ohio, sin embargo, es mucho menos espacioso y definitivamente no es apto para que crezca un niño... además de que, si considerara vivir allí, tendría que aprender a cocinar y eso no es negociable.

Ya pasaron más de veinte horas desde que apareció el Legado de Nueve. Se trataba de un acontecimiento sin precedentes. La llegada del primer Legado tiene mucho simbolismo en nuestra tierra. Era idealizado por nuestra gente y generalmente se hacía una celebración cada vez que Lorien florecía en el cuerpo de sus hijos e hijas. Lamentaba bastante la situación en la que nos encontrábamos. La infracción del chico había sido terrible, pero debía reconocer que gran parte de la responsabilidad caía sobre mí. Debí acompañarlo más, escucharlo más, controlarlo menos tal vez no tenga mucho sentido, sin embargo, mucho control nunca es bueno, principalmente porque el chico debe tener la confianza de decidir, de actuar o no hacerlo en determinadas situaciones.

Siempre supe que yo no era el mejor cêpan para él y sus propias acciones lo demostraban, no obstante, eran las mismas aquellas que me decían que el niño me necesitaba. Se trataba de un círculo interminable cuyo fundamento residía en que no somos perfectos, nunca lo seremos. Es algo que debemos reconocer, aceptar y seguir adelante.

Las sorpresas de Chicago: Fanfic LorienseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora