| Nueve |
- Terminamos por hoy – más que un grito, como Sandor acostumbra al finalizar los entrenamientos, fue como una exhalación.
Inmediatamente me dejé caer en el piso acolchado de la sala de entrenamientos, estirando las piernas e intentando recuperar el aliento. Mi corazón latía a una velocidad vertiginosa, y la verdad es que no sabía exactamente qué hacer con mi cuerpo. Cerré los ojos con fuerza, esperando a que mi cêpan llegue con agua fresca o barritas energéticas, como hacía siempre, pero pasaron los segundos y tal cosa no sucedió.
Extrañado, abrí los ojos para descubrir a Sandor recostado en la pared opuesta con un aspecto ciertamente lamentable. Me incorporé y me reí, no pude evitarlo... hace dos semanas desde que Sandor dejó de participar en los entrenamientos, nada más los supervisaba desde lejos, dado que estaba trabajando en cosas aburridas de cêpan. Aunque estaba hecho papilla, era agradable tenerlo de vuelta.
- Terminamos por hoy – repitió, por si no lo haya escuchado lo suficientemente claro la primera vez.
- Ni modo. Por poco me convierto en rana.
- Te gustó, no puedes negarlo.
- Ay, no siento las piernas – que me haya gustado no significa que no pueda quejarme. – Mis brazos, mis hombros, mi cintura... Sandor, tendrás que pagarme un médico.
- Ya deja el drama y ven, ayúdame a levartarme – pidió en un tono tan quejumbroso que volví a reírme de él, pero me levanté a darle una mano.
- Te aprovechas de mi nobleza.
- Absolutamente.
- En mi adolescencia tendrás que pagarme un psicólogo también. Me estás traumatirizando – estaba de broma y lo hacía evidente con la entonación desenfadada de mi voz, pero aun así el rostro de Sandor se ensombreció un poco.
- Traumatizando – corrigió en voz baja.
Agarré los botellones que teníamos allí y escapé rumbo a la cocina. Sabía exactamente qué estaba pasando por su mente y no estaba dispuesto a quedarme para escuchar lo que tenía que decir. A ninguno de los dos nos gusta demasiado el corazón a corazón y ciertamente toda esta porquería que estamos viviendo no es su culpa.
Me entretuve más de lo necesario, viendo cómo caía el agua con un ritmo tan lento que casi podía ver la formación de los átomos. Jugué un rato con el dispensador, abriendo y cerrando... esperando lo que me pareció suficiente para que a Sandor lo dejase la tontería.
- ¿Fuiste a mineralizar el agua tú mismo? – preguntó, en cuanto volví junto a él, con una sonrisa burlona. Hacía referencia a que me había tardado un poco.
- Así es. Los procesos de filtración no son lo mío – se rio, levantando uno de los trampolines que habíamos usado hoy.
Cuando entré a la sala hace un poco más de dos horas, pensé que no podía haber nada más grandioso. La estancia estaba llena de pequeños trampolines que no me creía capaz de abandonar aquella habitación nunca más. Que equivocado estaba. El entrenamiento de hoy y esos pequeños e inofensivos trampolines por poco me sacan las tripas.
- ¿Qué estás haciendo? – pregunté, apoyándome sobre una de las barandillas que había allí, y disfrutando el pasaje del chorro de agua helada por mi garganta.
- Reordenando – se rio. – No creerás que volveremos a usar esto mañana, ¿o sí? – arrugué un poquito el entrecejo. Intentar adivinar con Sandor era una roña. Casi siempre se mandaba nuevas ideas el hombre.

ESTÁS LEYENDO
Las sorpresas de Chicago: Fanfic Loriense
FanficAU. Porque Sandor y Nueve merecen un final menos trágico. Este fanfic de Los Legados de Lorien describe los primeros años en el John Hancock Center. AVISO: algunos capítulos incluyen palmadas/azotes a un menor. Si no gusta, no lea.