XXXIV: El incomprendido

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| Nueve |

Volví a bajar las escaleras unos cinco minutos después de haber subido. Sandor no podía castigarme durante mi cumpleaños y me encargué de repasar en mi mente todos los motivos que respaldaban mi argumento. Lo encontré en la cocina, en una situación un tanto extraña.

- ¿Qué es ese humo? – Curioseé al tiempo que Sandor se giraba sobresaltado.

- ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

- Perfectamente – rodé los ojos. Claro que no había conseguido ver el trasfondo de su pregunta, porque yo pensé que simplemente estaba siendo paranoico.

- ¿Entonces qué haces aquí? Te mandé arriba – siseó y su tono produjo en mí una sensación tan rara que ni siquiera tengo idea de cómo describirla. Sus palabras eran como estacas de hielo cuidadosamente dirigidas hacia mi corazón.

- Solo... ¿qué es ese humo? – Repetí la pregunta, inclinando la cabeza para ver lo que había detrás de su cuerpo, dirigiendo la clave de la conversación hacia él, hacia lo que estaba haciendo.

- Es azúcar quemado – suspiró y se frotó los ojos. – De verdad que no quiero discutir contigo. Hazme caso sin protestar al menos esta noche, ¿quieres?

- ¿Estás haciendo caramelo? – Me ilusioné. Sandor había hecho caramelo un par de veces en el pasado y lo mezclamos con frutas y no sé porqué no lo había vuelto a hacer.

- ¿Qué parte de TE QUIERO ARRIBA no entendiste? Sube.

- Pero Sandor, ¿por qué?

- Porque yo lo digo – gruñó. Me agarró del cuello de la camiseta e intentó arrastrarme escaleras arriba y me revolví.

Tal vez, si no se trataba de mi cumpleaños lo que estaba en juego, hubiese desistido. Generalmente no me importa demasiado. Los castigos de Sandor tampoco eran tan malos, solo se pasaba vigilándome más de lo normal y no me dejaba jugar más de una hora pero esta vez parecía enfadado de verdad y no sabía qué esperar porque él no había definido las condiciones de nuestro castigo. Además, con Alexander aquí no sabía cómo sería la cuestión y la incertidumbre no es mi amiga, precisamente.

Planté mis pies sobre el piso polvoriento del salón, resistiéndome a subir las escaleras. Miré a Sandor con enojo y él levantó una ceja con incredulidad.

- Tienes tres segundos para empezar a andar – susurró y me sorprendió lo peligroso que sonó pero no me dejé amedrentar por sus palabras.

- No hicimos nada malo – intenté y me arrepentí de inmediato porque Sandor arrugó la cara, me alzó por debajo de las axilas y me plantó en un rincón.

- Piensa unos minutos. No te haría nada mal poner a trabajar ese cerebro – determinó y me enojé porque insinuara que soy estúpido.

- ¡Si a alguien le falta usar el cerebro es a ti! – Le grité, saliéndome de mi lugar.

- Vuelve al rincón – no esperó a que le hiciera caso. Se acercó a mí, me giró y me dio un azote, arrastrándome de nuevo hacia la esquina.

- ¡Au! ¡Eso no es justo! ¡Yo no hice nada malo! – Me volví a salir.

- ¡Nada malo, dices! ¿Te olvidas de que permitiste que te manipulen con un arma de electrochoque? ¡Eso fue absolutamente imprudente, Nueve!

- ¡No puedes castigarme solamente por eso! Nosotros estábamos probando nuestras capacidades. ¡Tú también lo has hecho muchas veces, no quieras negarlo!

Las sorpresas de Chicago: Fanfic LorienseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora