Capítulo 40 - Calidez

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Con calma, todo está entre líneas aquí. Love u (y a Ashliv)

40 | Calidez

Olivia Audevard

Martes, 14 de julio


Remitente: CRamirez@gmail.com

Para: O1478d@gmail.com

Asunto: Re: Trámites Universidad.

Recibido.

Lo reenviaré el 30.

C.R.

He leído el correo que me ha mandado Ramírez tantas veces que puedo oír su voz en mi repitiendo cada palabra incluso cuando no lo tengo delante. Eso era lo que se repetía en mi cabeza durante mis clases y que me ha revuelto el estómago por razones que van más allá que esas simples palabras.

Mi madre tiende a ser más ciega hacia los desgarros emocionales que sufro. Incluso intentando ir de frente con eso, ella tiende a restarle importancia y poner esa frase que dice algo similar a que los problemas existen porque nosotros les damos importancia. No se ha dado cuenta de que, más que ayudarme, eso solo me ha hecho sentir vergüenza por no poder superar ciertas cosas y, en consecuencia, cerrarme más.

Ella no entiende, pero Ramírez suele hacerlo. Él ve mis señales y las toma entre sus manos. Entiendo que su "Lo reenviaré el 30" es un aviso de que mi carta de motivación y lo restante no caerá en el proceso de admisión de la universidad de Alaska durante unas semanas más. Él quiere darme margen para retractarme porque sabe que estoy dudando, pero yo hubiera deseado que viera que mandárselo era una señal de que no estoy bien.

Me da vergüenza decirlo porque, sobre todo cuando tengo un bajón, tiendo a recordar que él siempre va y viene de nuestras vidas y a pensar que, el cariño que creo que me tiene, no es más que una ilusión mía. Así que, cerca de medianoche del sábado y sin haber salido de mi habitación durante todo el día ni siquiera para comer, rellené y le envié todo sintiendo que estaba cayendo y, hasta un punto, esperando a que Ramírez tomara mi mano antes de dar contra el fondo.

No lo ha hecho, y no debería decepcionarme porque sé que no he sido clara, pero lo hace.

Dejo el móvil bloqueado sobre la pequeña mesa del salón y subo mis pies descalzos al sofá. Los tacones que me he puesto para salir a cenar hoy están mal puestos contra mi bolso y mi corazón más acelerado de lo que me gustaría. Apoyo la espalda contra el respaldo, hundiéndome contra el mueble con una mano rozando mis labios mientras me pierdo, decaída, en los mismos pensamientos que me han atormentado los últimos días.

Ansel no lo sabe, pero hablar con él no me hizo ningún bien. No por no poder ayudarle, no por la frustración que me generó saber que ese desamor es algo que yo no sentiría porque hay puentes que ya han quemado para mí, sino por la forma en la que ese hilo tiró de mí hacia lo que pasará al terminar el verano.

Quise resguardarme en mi luz al final del túnel, en mi apartamento, en una pareja estable y, aunque esa parte es la más pura fantasía, en una familia más grande. Me refugié ahí y caí. Mis pensamientos volaron y me envolvieron como la canción de una sirena que te atrae hacia tu propia perdición. Me envolvió, cubrió, y me enseñó el vacío del que a duras penas salgo durante varias semanas cada cierto tiempo.

El sábado no tomé la decisión de seguir en el programa por miedo a separarme de mi madre, lo hizo porque, en el fondo, siempre he sabido que esa esperanza que me da la estabilidad de otra vida no es más que un sueño. Uno hecho de cristal y construido sin cimientos que se hará añicos en cuanto quiera traerlo a la realidad.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora