Extra: Las pesadillas de un Bremen

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hola no estoy lista para esto

Extra | Las pesadillas de Asher Bremen

Asher Bremen

Sábado, 25 de julio

—Hola, enana. —Tiro de una de las trenzas de mi hermana al pasar cerca y encuentro su sonrisa cuando se gira para saludarme. Lo hace con una bandeja llena de dulces que prepara nuestra madre cada domingo en sus manos—. ¿Me has dejado alguno de limón esta vez?

—Solo uno.

Alcanzo un pastelito como los que venden en la pastelería en la que mi madre trabajó mientras pagaba sus estudios cuando se mudó a París. La que remodelaron cerca de la Ópera Garnier hará siete u ocho años. Lo muerdo pese a saber que la capa más dura que lo cubre no va a romperse de forma correcta y que terminará destrozado entre mis dedos.

Apoyo la espalda contra la mesa del comedor.

—¿Y el idiota con el que compartimos apellido? —pregunto.

—Ha ido a patinar, decía que no quería esperarte porque siempre duermes mucho.

Río sin ganas. ¿Yo? ¿Dormir mucho?

El pastelito queda destrozado y tiro el desastre en el que se convierte antes de terminarlo por completo. Limpio las manos en mis pantalones. Cerca, Lily está metiendo el tenedor en uno de fresas y la levanto del suelo para sentarla sobre la encimera. Le quito la goma de pelo de una de las trenzas con la intención de rehacerla para que no parezca que acaba de golpearla un huracán.

—¿Nos quieres? —pregunta de la nada.

La pregunta me sorprende tanto que paro.

—¿Qué? —pregunto sin entender—. ¿Qué clase de pregunta es esa, Lils?

Termino de arreglarle la trenza (o empeorarla, no estoy seguro) antes de dejar las manos caer e intentar que mi hermana me dé una respuesta más directa. Sus ojos, de un azul más claro que el de nuestra madre y míos, se pierden en una tristeza que me golpea de lleno en el corazón. ¿Es que tiene que planteárselo? ¿Dudarlo?

—Enana, claro que os quiero.

Ella balancea suavemente las piernas sobre la encimera.

—¿Entonces por qué nos has dejado? —pregunta.

—No lo he hecho. Estoy aquí ahora, ¿no?

—Nunca estás —insiste.

—Eso no... —¿Cómo decir que no es cierto si sé que lo es? Ella tiene razón, pero la tristeza que me devuelve me desgarra por dentro—. No tengo que estar siempre en casa para quereros. ¿Quién te ha hecho pensar eso?

Por un momento, estoy convencido de que va a mencionar a Jayden.

Pero ella solo se encoge de hombros.

Con el corazón encogido y sin sentirme cómodo expresando mis emociones, todo lo que hago es abrazarla. Claro que les quiero, a todos ellos. Todo esto no me dolería tanto de no hacerlo. Pensé que eso ya había quedado claro.

—¿Por qué me dejaste ir entonces? —pregunta.

—Lils, yo no...

Al apartarme, los ojos que me reciben son cercanos a los de mi hermana, pero no los suyos. Su rostro, más pálido, está envuelto por mechones negros y lisos que caen sobre un vestido de tul azul. Se me cierra la garganta al verla, de nuevo, y mis manos tiemblan por frustración e impotencia.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora