Capítulo 58.1 - Las verdades que escondemos: Olivia Wilson

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¡Feliz navidad, mis amores!

58.1 | Las verdades que escondemos: Olivia Wilson

Olivia Audevard

Jueves, 5 de agosto

Lo primero que hago después de volver al hotel es tumbarme en la cama. Me quito los zapatos, el jersey, y me dejo caer sobre las mantas con el corazón en un puño.

Sin fuerzas para hablar y sin ganas de contener por más tiempo mis muros, mi mirada se pierde en la pared. Permito que ese punto fijo se convierta en la llave que pinta mis pesadillas en esta realidad. Veo cómo los horrores envuelven en distintos tonos la habitación y cómo viejas figuras se deslizan entre las sombras como si acabara de abrirles la puerta al mundo real.

Aprieto mi collar para aliviar la presión de mi cuerpo hasta que la cadena cede. Luego, presiono el objeto entre mis dedos para asegurarme de que sigo aquí. Uso esa sensación como ancla mientras mi respiración se traba y agita entre las paredes de esta pequeña habitación.

No sé qué esperaba sacar de esta visita, pero no era tormento.

Quería una explicación, ansiaba un punzante dolor que completase la vuelta y me permitiera empezar a sanar, pero, con lo que he dado, es con una confusión mayor que me tiene meciéndome entre sueños que no sé si fueron reales e irregularidades en la historia que me contaron.

He descubierto que no hay chimenea en el que fue el despacho de mi padre, tampoco sillón. Eso está en otra habitación, al igual que lo está la puerta hacia el exterior que veo cuando sueño que yo la cruzo para advertirle. Con mi pelo húmedo por la lluvia y una cazadora roja que me recuerda la sangre que envuelve mi vida.

Mi eterno tormento.

También he descubierto que, entre los libros que él guardaba en su despacho, tras unos cristales y mezclado entre libros de derecho, economía, historia y filosofía, había un ejemplar de Peter Pan que no he podido volver a soltar desde que lo he encontrado. Él lo puso en la parte central, como si quisiera ser capaz de verlo desde su escritorio.

Sabía que me leía para dormir, pero no recordaba qué. Me pregunto si ese era mi cuento favorito, me pregunto si él me lo leía cada noche y, en vez de dejarlo conmigo, se lo llevaba para tenerlo a la vista mientras trabajaba en sus casos.

Me pregunto, también, si eso era como un bálsamo para él, una forma de que el tormento de muchos de sus casos no le consumieran. He apretado el libro contra mi pecho al sacarlo de la estantería rogando poder preguntárselo a él, pero, esa, será una respuesta que nunca podré tener.

Y duele tanto no hacerlo.

Ahora, ese libro descansa en la mesilla de noche de este hotel y la portada brilla libre del polvo que cubría todas y cada una de las lonas con las que cubrieron los muebles en su día. Todavía puedo sentir el olor de la casa en mi nariz. Tan pesado como en las catacumbas, pero más seco. En algunas habitaciones respirar se sentía como dejar entrar arenilla cálida en tus pulmones. El olor a cerrado se mezclaba con un olor desagradable y con los golpes del viento en ventanas que nadie ha vuelto a abrir.

Sellaron la casa, pusieron una alarma de la que Ramírez consiguió librarnos durante una hora, y todo quedó allí olvidado. Los recuerdos de mi padre, nuestra vida, mi persona... Todo se quedó ahí, cerrado como una caja que dejas olvidada en el desván.

Mi mirada roza la pared del hotel, recorre el suave azul hasta el suelo y encuentro consuelo en mis propios pensamientos. Esta tarde me acuna y mece a desgana cuando cae la noche. Me siento más atrapada que nunca en las paredes que me han encerrado durante tantas pesadillas y, sin embargo, no quiero volver de allí.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora