Capítulo 22 - "Solo un poco más"

15.6K 944 617
                                    

22 | "Solo un poco más"

Olivia Audevard:

Domingo, 21 de junio


La noche se me ha hecho pesada y corta. Ya no solo es por haberme quedado despierta hasta las cuatro sin terminar de entender de qué iba el juego porque Ansel iba improvisando sobre la marcha, sino que, la noche, llena de pesadillas que se han borrado de mi memoria nada más abrir los ojos, ha terminado usando como despertador un dolor punzante en mi vientre a primera hora de la mañana.

Claro que, ese dolor, por muy intenso que sea para mí el primer y segundo día del ciclo, viene con cierto alivio porque no termino de conseguir estar tranquila por muchas medidas que tome las noches que no paso sola.

No sé qué diría mi madre de saber el agobio que puedo llegar a sentir cuando se atrasa un día. Incluso si sé que es normal por culpa del estrés que me acompaña día sí y día también me agobia. Quizás, mi madre, se quedaría en silencio y lo dejaría pasar como hace con todo, o quizás solo me mirara como si no me conociera porque, fuera de las duras puertas de nuestra casa, ella no lo hace, no me conoce, no del todo al menos.

No me conoce porque ella no quiere conocerme, solo quiere ver a la hija que está lo suficientemente bien como para sonreír y hacer de los días algo bueno. Mi madre quiere conversaciones sobre qué tal ha ido mi día en clases, si he discutido con alguna amiga y qué chicos me gustan. Porque ella pasa de largo si oye llanto en mi habitación aunque la puerta esté abierta, ella se queda en silencio si nota mis nervios y que mis acciones son más bruscas de lo normal porque estoy en mi límite.

Ella no está ciega, pero prefiere no ver.

Puede que sea porque no sería capaz de afrontarlo, porque mentalmente no está preparada para cargar con nada más, pero yo daría tanto por algo de su consuelo que no tenerlo es un fuerte dolor en lo más profundo de mi ser.

Después de una larga ducha y una mañana sin hacer mucho, salgo de mi habitación solo para dar con Ansel e Yvonne hablando animadamente en la cocina. En cuanto salgo, su conversación -aunque en francés- para en seco, y yo también. Está ahí, en la mirada de Yvonne, en ese deje de comprensión y empatía que hace que quiera vomitar.

Ansel le ha contado lo de anoche.

Bonjour—saludo.

Mis pasos son todo lo que oigo en la cocina de camino a mi estante. No es tensión lo que hay, sino un silencio suave previo a comentarios que sé que no quiero escuchar porque, viendo la actitud de Yvonne, sé que quiere decir algo. Aunque sea con buena intención, esa clase de amabilidad es algo que no llevo bien.

Ramírez se reiría largo y tendido de saber que, lo único que puede romper mi estabilidad, es que alguien me mire con compasión. Que alguien me mire como si entendiera mi situación y eso le hiciera sentir pena, porque es difícil levantarte si te miran así. Es difícil mantenerse fuerte cuando otros te miran como si fueras a romperte en cualquier momento.

—¿Qué tal estás? —pregunta Ansel con cautela.

Tomo aire, más incómoda de lo que he estado en mucho tiempo, y voy directa a sacar mi bol del estante. No quiero ser borde con él, pero no me gusta nada la situación. Entiendo que fue mi error, que me dio un bajón y que no debí haberme quedado en la cocina, pero que me lo recuerden después, no lo sé, me incomoda y avergüenza sobremanera.

—Bien.

Echo el yogur sin azúcar y el muesli al bol.

—Sobre lo de anoch...

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora