Capítulo 4

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Fue Zoë quien me ayudó a recuperar la memoria. Me guió a través de las historias de la niñez y me recordó la vida que teníamos, los amigos que solíamos frecuentar... hasta que todo comenzó a aflorar de nuevo a la superficie. También me ayudó a apreciar mi nueva vida al sur de California, porque el hecho de verla tan entusiasmada con mi nueva habitación, mi flamante descapotable rojo, las espectaculares playas y mi nuevo instituto me hizo darme cuenta de que, si bien no era la vida que prefería, no estaba nada mal.

Y aunque todavía seguimos peleándonos, discutiendo y sacándonos de quicio la una a la otra tanto como antes, lo cierto es que vivo por y para sus visitas. Verla de nuevo hace que tenga una persona menos a la que añorar. Y el tiempo que pasamos juntas es el mejor momento del día.

El único problema es que ella lo sabe. Así que cada vez que saco a relucir cuestiones que, según Zoë, se extralimitan (cosas como: «¿Cuándo voy a ver a mamá, a papá y a Rainbow?» y «¿Adonde vas cuando no estás aquí?»), ella me castiga desapareciendo.

Sin embargo, aunque su negativa a contestar me fastidia de verdad, sé que es mejor no presionarla. Lo cierto es que no le he contado que soy capaz de ver el aura de la gente y de leer el pensamiento, ni lo mucho que eso ha cambiado mi mundo, incluso mi forma de vestir.

—Jamás te echarás novio si vistes de esa manera —dice Zoë, que está repantigada en mi cama mientras yo me doy prisa en acabar mis tareas cotidianas para ir al instituto y salir por la puerta... más o menos a tiempo.

—Sí, claro, pero resulta que no todos nosotros podemos cerrar los ojos y hacer aparecer de la nada un magnífico vestuario nuevo —replico al tiempo que me pongo las desgastadas zapatillas deportivas y le hago el lazo a los cordones deshilachados.

—Vamos, sé que Sally te ha dado una tarjeta de crédito y te ha dicho que la utilices. ¿Y qué es eso de las capuchas? ¿Te has metido en algún tipo de banda?

—No tengo tiempo para explicaciones —le digo. Cojo los libros, el iPod y la mochila antes de dirigirme hacia la puerta—. ¿Vienes? —Me giro para mirarla al tiempo que comienzo a impacientarme al ver que frunce los labios mientras se toma su tiempo para pensarlo.

—Vale —responde al fin—. Pero solo si bajas la capota. Me encanta sentir el viento en el pelo.

—Está bien. —Me dirijo a las escaleras—. Pero desaparece antes de que lleguemos a casa de Will. Me pone de los nervios verte sentada en su regazo sin su permiso.

Para el momento en que Will y yo llegamos al instituto, Calipso ya nos esta esperando junto a la verja mientras examina el campus con mirada frenética.

—Vale, el timbre sonará en menos de cinco minutos y todavía no hay ni rastro de Percy. ¿Creéis que habrá dejado las clases? —Nos mira, y sus ojos amarillos parecen alarmados.

—¿Por qué iba a dejarlas? Acaba de empezar —le respondo mientras me acerco a la taquilla. Calipso me sigue, y las gruesas suelas de goma de sus botas hacen temblar el suelo.

—Déjame pensar... ¿Porque no merecemos la pena? ¿Porque él es demasiado bueno para ser real?

—Pues tiene que regresar. Annabeth le prestó su ejemplar de Cumbres borrascosas, y eso significa que tiene que devolvérselo —dice Will antes de que yo pueda evitarlo.

Muevo la cabeza con exasperación mientras giro los números de la combinación del candado. Siento el peso de la mirada de Calipso cuando me dice:

—¿Cuándo ocurrió eso? —Apoya una mano en la cadera y me fulmina con la mirada—. Sabes que me lo he pedido yo, ¿verdad? ¿Por qué no he sido informada al respecto? ¿Por qué nadie me ha hablado de eso? Hasta donde yo sabía, tú ni siquiera lo habías visto todavía.

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