Capítulo 18

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Cuando vuelvo a casa después de las clases, Percy ya me está esperando en las escaleras de la entrada, con una sonrisa de esas que despejan las nubes del cielo y hacen desaparecer cualquier tipo de duda.

—¿Cómo has conseguido que el guardia te dejara pasar? —le pregunto, ya que sé con certeza que yo no le he permitido la entrada.

—El encanto personal y un coche caro siempre tienen éxito. —Se echa a reír antes de sacudirse el trasero de sus oscuros vaqueros de marca y me sigue al interior—. Bueno, ¿qué tal te ha ido el día?

Me encojo de hombros. Sé muy bien que estoy rompiendo la regla más importante de todas: nunca invitar a mi casa a un desconocido... ni siquiera cuando ese desconocido es mi supuesto novio.

—La rutina de siempre, ya sabes –respondo por fin—. La sustituta juró no volver jamás; la señora Dodds me pidió que no volviera jamás... —Entonces lo miro de reojo y siento la tentación de decir algo escandaloso, ya que es evidente que no me está escuchando. Porque, aunque asiente, su mirada parece preocupada, distante.

Voy a la cocina, meto la cabeza en el frigorífico y pregunto:

—¿Qué tal tu día? ¿Qué has hecho? —Cojo una botella de agua y se la ofrezco, pero él sacude la cabeza y da un trago de su bebida de color rojo.

—He ido a dar una vuelta en coche, he practicado surf un rato y he esperado a que sonara el timbre para poder verte otra vez. —Sonríe.

—¿Sabes?, podrías haber ido al instituto y así no habrías tenido que esperar nada —replico.

—Intentaré recordarlo mañana. —Suelta una risotada.

Me apoyo en la encimera y giro el tapón de la botella una y otra vez. Me pone nerviosa estar a solas con él en esta enorme casa vacía cuando tengo tantas preguntas sin respuesta y ni idea de por dónde empezar.

—¿Quieres que salgamos afuera y nos sentemos junto a la piscina? —le pregunto por fin, pensando que quizá el aire fresco y el hecho de estar fuera me calmen un poco los nervios.

Pero él sacude la cabeza y coge mi mano.

—Prefiero ir arriba y echar un vistazo a tu habitación.

—¿Cómo sabes que está arriba? —pregunto al tiempo que lo miro con los ojos entornados.

Percy se limita a sonreír.

—¿Acaso no están siempre arriba?

Titubeo. No sé si permitir que ocurra algo así o si buscar una excusa educada para evitarlo.

Sin embargo, él me aprieta la mano y dice:

—Venga, te prometo que no te morderé.

Y su sonrisa es tan irresistible y su contacto tan cálido e incitante que mi único deseo mientras subo las escaleras es que Zoë no esté allí.

Cuando llegamos a la parte superior de las escaleras, mi hermana aparece y dice:

—¡No sabes cuánto lo siento! No quería pelearme con... ¡Vaya! —Se calla de golpe y se queda con la boca abierta, mirándonos a ambos con los ojos abiertos de par en par.

Yo me limito a seguir avanzando hacia mi habitación como si no la hubiera visto. Solo me cabe la esperanza de que Zoë tenga el buen juicio de desaparecer y de no regresar hasta más tarde. Mucho más tarde.

—Parece que te has dejado la tele encendida —dice Percy cuando entra en el cuarto. Yo le dirijo una mirada asesina a mi hermana, que camina junto a él y lo mira de arriba abajo antes de levantar los pulgares con entusiasmo.

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