Capítulo 14

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Esa noche, mucho después de que la fiesta hubiera terminado y de que nuestros invitados se hubiesen marchado, estaba tendida en la cama, pensando en Circe, en lo que había dicho sobre que Zoë estaba atrapada y en que yo tenía la culpa.

Supongo que siempre había asumido que Zoë había seguido hacia delante y que me visitaba por voluntad propia. Lo cierto es que yo no le pido que se deje caer por aquí todo el tiempo, es ella quien decide hacerlo. Y el tiempo que no pasa conmigo, bueno, imagino que lo pasará en el cielo. Y aunque sé que Circe solo trata de ayudar al ofrecerse a ser algo así como una hermana mayor con poderes psíquicos, no se da cuenta de que no deseo ninguna ayuda. No comprende que aunque deseo volver a ser normal y que las cosas sean como antes, también sé que este es mi castigo. Este horrible don es lo que me merezco por todo el daño que he causado, por las vidas que he interrumpido. Y ahora me toca vivir con ello... e intentar no hacer daño a nadie más.

Cuando me quedé dormida por fin, soñé con Percy. Y todo era tan impactante, tan intenso y apremiante que parecía real. Sin embargo, lo único que recordaba por la mañana eran fragmentos sueltos, imágenes disgregadas que no tenían principio ni fin. Lo único que podía recordar con claridad era que ambos corríamos a través de un cañón azotado por un viento helado... en dirección a algo que yo no distinguía del todo bien.

—¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué estás de tan mal humor? —pregunta Zoë, que está sentada al borde de mi cama ataviada con un disfraz de Zorro idéntico al que llevaba Lee en la fiesta.

—Halloween se ha acabado —le digo mientras clavo la vista en el látigo de cuero negro que sacude contra el suelo.

—No me digas... —Hace una mueca y sigue castigando la alfombra—. Pues resulta que me gusta mucho el disfraz. Estoy pensando en ponérmelo todos los días.

Me inclino hacia el espejo, me pongo unos diminutos pendientes de circonita y me recojo el pelo en una cola de caballo.

—No puedo creer que todavía vistas así —dice arrugando la nariz en un gesto de desagrado—. Creí que habías pescado un novio. —Deja caer el látigo y coge mi iPod antes de deslizar los dedos por la rueda para examinar mi lista de canciones.

Me giro, preguntándome qué es exactamente lo que ha visto.

—¿No recuerdas lo que ocurrió en la fiesta? ¿Junto a la piscina? ¿O es que aquello solo fue un rollito?

La observo con detenimiento mientras mi rostro se pone como la grana.

—¿Qué sabes tú de rollitos? ¡Solo tienes doce años! ¿Y por qué demonios estabas espiándome?

Ella pone los ojos en blanco.

—Por favor, como si fuera a desperdiciar mi tiempo espiándote cuando hay cosas mucho mejores que ver. Para que lo sepas, resulta que salí fuera justo en el momento en que le metías la lengua a ese tal Percy hasta la garganta. Créeme, desearía no haberlo visto.

Sacudo la cabeza y registro mi cajón, descargando el enfado que ha provocado Zoë contra las sudaderas.

—Sí, ya, pues detesto romperte los esquemas, pero resulta que no es mi novio. No he hablado con él desde entonces —replico, molesta por la forma en que mi estómago se retuerce cuando pronuncio esas palabras. Luego cojo una sudadera gris limpia y me la meto por la cabeza, destrozando la coleta que acabo de hacerme.

—Puedo espiarlo a él si quieres. O atormentarlo como hacen los fantasmas —dice con una sonrisa.

Miro a mi hermana y suspiro. Una parte de mí desea que lo haga, pero la otra

sabe que es hora de seguir adelante, de aceptar la derrota y olvidar lo sucedido.

—Limítate a no meterte en líos, ¿vale? —digo al final—. No es más que una experiencia normal, típica de la época de instituto, por si no lo sabías.

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