Capítulo 11

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Apenas faltan unos días para Halloween y todavía le estoy dando los últimos retoques a mi disfraz. Calipso va a ir de vampiro (menuda novedad), Will irá de pirata (aunque solo después de que yo lograra convencerlo de que no se disfrazara de Madonna en su fase de corsé con pechos cónicos), y yo no pienso decir de qué me voy a disfrazar. Pero solo porque mi única y grandiosa idea se ha transformado en un ambicioso proyecto en el que estoy perdiendo la fe a marchas forzadas.

Aunque debo admitir que me sorprendió bastante que Sally se ofreciera a dar una fiesta. En parte porque ella jamás ha parecido interesada en cosas como esa, pero sobre todo porque me imaginé que, con un poco de suerte, podríamos conseguir un máximo de cinco invitados entre las dos. Sin embargo, parece que Sally es mucho más popular de lo que yo pensaba, porque pronto rellenó dos columnas y media con las personas invitadas, mientras que mi patética lista se reducía a un número mucho menor... En realidad, consistía en mis dos únicos amigos y sus posibles invitados adicionales.

Así pues, mientras Sally contrataba a una empresa de hostelería para que se encargara de la comida y la bebida, yo puse a Will al cargo de los medios audiovisuales (lo que significa que mi amigo traerá los altavoces del iPod y alquilará algunas películas de miedo) y le pedí a Calipso que trajera magdalenas.

Y eso nos deja a Zoë y a mí como los únicos miembros del comité de decoración. Y puesto que Sally me entregó un catálogo y una tarjeta de crédito con instrucciones específicas de «no reparar en gastos» , mi hermana y yo nos hemos pasado las dos últimas tardes transformando la elegante casa de mi tía en una especie de castillo del guardián de la cripta espeluznante y aterrador. Y lo cierto es que ha sido bastante divertido, ya que me ha recordado los ratos que solíamos pasar decorando nuestra antigua casa para Pascua, Acción de Gracias y Navidad. Por no mencionar que el hecho de que permanecer concentradas y ocupadas ha limado gran parte de las asperezas que existían entre nosotras.

—Deberías disfrazarte de sirena —dice Zoë—. O de una de aquellas chicas de la serie The O.C.

—Ay, por favor... No me digas que sigues viendo esas cosas... —le digo mientras mantengo el equilibrio entre el segundo y el tercer peldaño de la escalera para poder colocar otra telaraña de pega.

—No me culpes a mí, Tivo tiene cerebro propio —dice encogiéndose de hombros.

—¿Tienes Tivo? —Me doy la vuelta, desesperada por arrancarle cualquier tipo de información, ya que ella siempre se muestra de lo más tacaña con los detalles de la vida del más allá.

Pero Zoë se limita a echarse a reír.

—Eres tan ingenua, de verdad... ¡Las cosas que puedes llegar a creer! — Sacude la cabeza y hace una mueca exasperada al tiempo que rebusca en una caja de cartón y saca una tira de luces de colores—. ¿Quieres que intercambiemos posiciones? —pregunta mientras desenrolla el cordón—. Oye, es ridículo que insistas en subir y bajar de esa escalera cuando a mí no me cuesta nada levitar y hacer lo que haya que hacer.

Yo niego con la cabeza y frunzo el ceño. Aunque quizá sería más fácil, todavía me gusta fingir que mi vida tiene algo de normal.

—Venga, ¿de qué vas a disfrazarte?

—Olvídalo —respondo mientras pego la telaraña a la esquina; después me bajo para echarle un vistazo—. Si tú puedes tener secretos, yo también.

—No es justo. —Zoë se cruza de brazos y hace pucheros de esa forma que siempre le funcionaba con papá pero nunca con mamá.

—Tranquila, ya lo verás en la fiesta —le digo antes de coger uno de esos esqueletos que brillan en la oscuridad y empezar a desenredar los miembros.

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