Capítulo 34

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Libre del castigo y de la carga psíquica, pasé los días siguientes por ahí con Will y Calipso: fuimos a tomar café, de compras, al cine, a pasear por el centro de la ciudad, a ver los ensayos de Will... Me siento emocionada por haber conseguido que mi vida vuelva a la normalidad.

Y la mañana de Navidad, cuando aparece Zoë, me alivia descubrir que aún puedo verla.

—¡Oye, espera un momento! —exclama antes de bloquear la puerta justo en el momento en que me dirijo hacia las escaleras—. ¡No puedes abrir los regalos sin mí! —Y, cuando sonríe, está tan radiante y nítida que parece casi sólida; no hay nada traslúcido en ella—. ¡Sé lo que te van a regalar! —Esboza una sonrisa picara—. ¿Quieres una pista?

Sacudo la cabeza y me echo a reír.

—¡Desde luego que no! Me encanta no saber en qué consisten mis regalos, para variar —le digo con una sonrisa mientras ella se sitúa en mitad de mi habitación y ejecuta una serie perfecta de cabriolas.

—Hablando de sorpresas... —Suelta una risilla nerviosa—. ¡Poseidon le ha comprado un anillo a Sally! ¿Puedes creerlo? Se ha marchado de la casa de su madre, ha conseguido un hogar propio ¡y le ha suplicado que vuelva para intentarlo de nuevo!

—¿En serio? —Me fijo en sus vaqueros desgastados y en su camiseta, contenta al ver que ha dejado de disfrazarse y de vestirse como yo.

Zoë hace un gesto afirmativo con la cabeza.

—Pero Sally se lo devolverá. Bueno, al menos eso creo. Lo cierto es que aún no ha recibido el anillo, así que tendremos que esperar para saberlo. De todas formas, la gente raras veces consigue sorprenderte, ¿sabes?

—¿Sigues espiando a los famosos? —No puedo evitar preguntarme si conoce algún chismorreo nuevo.

Ella hace una mueca y pone los ojos en blanco.

—Dios, no. Me estaba volviendo una degenerada. Además, siempre pasa lo mismo: se hinchan a comprar, se hinchan a comer, se hinchan a drogas y luego acuden a rehabilitación. Lavado, aclarado y vuelta a empezar... Un rollo.

Me echo a reír, aunque lo que me gustaría sería poder abrazarla. Temía haberla perdido.

—¿Qué miras? —pregunta con los ojos entornados.

—A ti. —Sonrío.

—¿Y...?

—Y... resulta que me alegro de que estés aquí. De poder verte todavía. Temí haber perdido esa capacidad cuando Circe me mostró cómo hacer el escudo.

Zoë esboza una sonrisa.

—Si quieres que te sea sincera, la perdiste. He tenido que aumentar mi energía para que puedas verme. De hecho, estoy utilizando parte de la tuya. ¿Te sientes cansada?

Me encojo de hombros.

—Un poco, pero es que acabo de levantarme.

Ella sacude la cabeza.

—Da igual. Es por mi culpa.

—Oye, Zoë... —La miro a los ojos—¿Sigues... visitando a Circe? — Contengo el aliento mientras aguardo su respuesta.

Mi hermana hace un gesto negativo.

—No. También he acabado con eso. Y ahora, venga, ¡estoy impaciente por ver la cara que pones cuando desenvuelvas tu nuevo iPhone! ¡Huy! —Suelta una carcajada y se tapa la boca con la mano mientras atraviesa la puerta cerrada de la habitación.

—¿De verdad vas a quedarte? —susurro mientras salgo del dormitorio a la manera tradicional—. ¿No tienes que marcharte o estar en algún otro sitio?

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