Capítulo 8

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Veo gente muerta. Continuamente. En la calle, en la playa, en los centros comerciales, en los restaurantes, paseándose por el instituto, en la cola de la oficina de correos, en la sala de espera del médico... (aunque nunca en el dentista). Pero a diferencia de los fantasmas que aparecen en la televisión y en las películas, los muertos no me molestan, no quieren mi ayuda y no se paran a charlar conmigo. Como ocurre con la mayoría de las personas, a ellos les gusta que los vean.

Sin embargo, la voz de mi habitación no era la de ningún fantasma. Tampoco era la de Zoë. La voz que oí en mi habitación era la de Percy. Y por eso sé que estaba soñando.

.........

—Hola. —Sonríe y ocupa su sitio segundos después de que suene el timbre, pero, puesto que se trata de la clase del señor D, sería lo mismo decir que ha llegado temprano.

Asiento con la esperanza de parecer indiferente, impasible, sin el menor interés. Con la esperanza de poder ocultar que estoy tan mal que a he empezado a soñar con él.

—Tu tía parece bastante agradable. —Me mira mientras aprieta el extremo de su bolígrafo sobre la mesa, haciendo ese dichoso ruidito de «clic, clic, clic» que me pone de los nervios.

—Sí, es genial —susurro mientras maldigo en mi mente al señor D por entretenerse en el baño de los profesores; ojalá se hubiera guardado ya la petaca y hubiera venido a hacer su trabajo.

—Yo tampoco vivo con mi familia —dice Percy, que hace girar el bolígrafo sobre la punta de su dedo una y otra vez, sin fallar. Su voz acalla el ruido de la clase y serena mis pensamientos.

Aprieto los labios, busco el iPod en mi compartimento secreto y no puedo evitar preguntarme si sería muy maleducado por mi parte ponerlo en marcha para dejar de oírlo a él también.

—Me he emancipado —añade.

—¿En serio? —le pregunto, aunque había tomado la firme decisión de limitar nuestras conversaciones a lo estrictamente necesario.

Lo que pasa es que nunca había conocido a nadie que se hubiera emancipado y siempre pensé que eso parecía algo triste y solitario. Sin embargo, a juzgar por el aspecto de su coche, de sus ropas y de sus glamurosas noches de los viernes en el hotel Saint Regis, no parece estar pasándolo muy mal.

—En serio. —Hace un gesto afirmativo con la cabeza. Y, en el momento en que deja de hablar, oigo los susurros de exaltación de Bianca y Thalia, que me llaman bicho raro y otras cosas bastante peores que esa. Luego observo a Percy mientras lanza el bolígrafo al aire y sonrío al ver la serie de lentos ochos que forma antes de aterrizar de nuevo en su dedo—. Bueno, ¿y dónde está tu familia? —me pregunta.

Resulta de lo más extraño comprobar cómo el ruido se detiene y comienza de nuevo, para y vuelve, como una especie de juego musical de las sillas. Uno en el que yo siempre permanezco de pie. Uno en el que yo siempre juego.

—¿Qué? —Entorno los párpados, absorta en el bolígrafo mágico de Percy, que revolotea entre nosotros mientras Thalia se burla de mi ropa y su novio finge estar de acuerdo con ella, aunque se pregunta en secreto por qué ella nunca se viste como yo. Y eso hace que desee subirme la capucha, poner en marcha el iPod y olvidar todo aquello. Todo. A Percy también.

Sobre todo a Percy.

—¿Dónde vive tu familia? —pregunta.

Cierro los ojos cuando habla. Silencio, dulce silencio durante unos efímeros segundos. Después los abro de nuevo y me enfrento a su mirada.

—Mi familia está muerta —respondo justo en el momento en que entra el señor D.

—Lo siento.

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