Capítulo 37

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★Penúltimo Capítulo★

Bajo las escaleras en busca de un poco de helado. Sé que el dulce y cremoso Häagen-Dazs no curará mi corazón roto, pero espero que pueda suavizar un poco el dolor. Cojo una tarrina del congelador y la sujeto entre los brazos mientras busco una cuchara, pero todo se me cae al suelo cuando oigo una voz que dice:

—Qué conmovedor, Annabeth... Muy, muy conmovedor.

Me inclino hacia delante, encojo los dedos de los pies que me ha machacado la tarrina de helado de vainilla suiza con almendras y contemplo boquiabierta a la perfecta Rachel. Está sentada en la pose propia de una señorita remilgada frente a la mesa del desayuno, con las piernas cruzadas, las manos enlazadas sobre el regazo y la espalda recta.

—Ha sido muy lindo que llamaras a Percy después de conjurar esa pequeña y mojigata escena de amor en tu cabeza. —Se echa a reír mientras me recorre con la mirada—. Y sí, todavía puedo leer tus pensamientos. ¿Tu pequeño escudo psíquico? Es más fino que el Sudario de Turín, me temo. De todas formas, en lo que respecta a Percy y a ti como pareja y vuestro « fueron felices y comieron perdices» ... —Sacude la cabeza—. Bueno, entenderás que no puedo permitir que eso ocurra. Resulta que mi trabajo en esta vida es destruirte, y, por si no lo sabes, todavía puedo hacerlo.

La observo mientras me concentro en mantener mi respiración lenta y regular y en alejar de mi mente todo pensamiento incriminatorio, ya que sé que ella los usará contra mí. Pero tratar de despejar tu mente es tan efectivo como pedirle a alguien que no piense en elefantes... porque a partir de ese momento, solo puede pensar en elefantes.

—¿En elefantes? ¿De verdad? —Deja escapar un gemido, un sonido grave y malvado que resuena en la estancia—. Por el amor de Dios, ¿qué ha visto Percy en ti? —Vuelve a examinarme de arriba abajo con desdén—. Está claro que no es tu intelecto ni tu ingenio, puesto que todavía no hemos visto evidencia alguna de que existan. ¿Y tu idea de la escena de amor? Tan propia de Disney o del Family Channel... tan espantosamente aburrida... De verdad, Annabeth, ¿tengo que recordarte que Percy lleva en el mundo centenares de años? Y entre ellos se cuentan los años sesenta y el amor libre. —Sacude la cabeza en un gesto de exasperación.

—Si buscas a Percy, debo decirte que no está aquí. —Mi voz suena ronca, afónica, como si no la hubiera utilizado desde hace días.

Ella arquea una ceja.

—Créeme, sé muy bien dónde está Percy. Siempre sé dónde está Percy. A eso me dedico.

—Así que te dedicas a acecharlo... —Aprieto los labios. Sé que no debería provocarla, pero lo cierto es que no tengo nada que perder. Va a matarme de todas formas.

Rachel frunce los labios y levanta una de sus manos para examinar la manicura perfecta de sus uñas.

—Ni mucho menos —murmura.

—Bueno, si en eso has decidido emplear los últimos trescientos años, debo decir que...

—Más bien seiscientos, insignificante monstruito. Seiscientos años. —Me recorre con la mirada y frunce el ceño.

«¿Seiscientos años? ¿Habla en serio?»

Rachel pone los ojos en blanco y se levanta de la silla.

—Los mortales sois tan aburridos, estúpidos, predecibles y ordinarios... No obstante, a pesar de todos vuestros evidentes defectos, es obvio que siempre conseguís despertar en Percy ese afecto que le impulsa a alimentar a los hambrientos; a servir a la humanidad; a luchar contra la pobreza; a salvar a las ballenas; a luchar contra los vertidos; a reciclar; a meditar sobre la paz; a decir no a las drogas, al alcohol y al consumismo, y a todas esas estupideces que no sirven para nada... Persigue absurdas causas altruistas. ¿Y para qué? ¿Aprendéis alguna vez? ¿Hola? ¿Habéis oído hablar sobre el calentamiento global? Parece que no. Y aun así, a pesar de todo, Percy y yo hemos conseguido salir adelante, aunque lo cierto es que siempre me lleva muchísimo tiempo desprogramarlo para volver a recuperar al Percy lujurioso, hedonista, ambicioso e indulgente que conozco y quiero. No obstante, esto no es más que otro pequeño desvío, créeme, y antes de que te enteres, volveremos a ocupar la cima del mundo.

Avanza hacia a mí. Su sonrisa se hace más amplia con cada paso que da para rodear la encimera de granito. Parece una gata siamesa.

—Si te soy franca, Annabeth, no puedo entender qué es lo que has visto en él. Y no me refiero a lo que ven en él las demás mujeres y, admitámoslo, también la mayoría de los hombres. No, me refiero a que Percy y tú siempre sufrís cuando estáis juntos. Percy es el responsable de que estés pasando por todo esto. Si no hubieras sobrevivido a ese maldito accidente... —Sacude la cabeza—. Creí que era seguro marcharme, estaba convencida de que habías muerto, pero de repente... ¡Sorpresa! Percy se traslada a California porque ha conseguido traerte de vuelta a la vida. —Vuelve a sacudir la cabeza furiosa—. Cualquiera diría que después de todos estos siglos debería haber aprendido a ser más paciente. Pero lo cierto es que me aburres, y está claro que eso no es culpa mía.

Me observa, pero yo me niego a responder. Todavía intento descifrar sus palabras... ¿Rachel provocó el accidente?

Ella me mira y eleva la vista al techo.

—Sí, yo provoqué el accidente. ¿Por qué hay que explicártelo todo como si fueras tonta? —Sacude la cabeza una vez más—. Fui yo quien espanté al ciervo que invadió la carretera y se puso en vuestro camino. Sabía que tu padre era un bobo sentimental de buen corazón que estaría dispuesto a arriesgar la vida de su familia para salvar a un ciervo. Ya te he dicho que los mortales sois muy predecibles. Sobre todo los que sois sinceros y siempre tratáis de hacer el bien. — Se echa a reír—. Con todo, al final fue casi demasiado sencillo como para resultar divertido. Aunque no te equivoques, Annabeth, esta vez Percy no está aquí para salvarte, y te aseguro que pienso quedarme para cerciorarme de que he cumplido mi objetivo.

Le echo un vistazo a la estancia en busca de algún tipo de protección y me fijo en el cuchillo que hay al otro lado de la cocina, pero sé que no lo cogería a tiempo. No soy tan rápida como Percy y Rachel. Al menos, creo que no lo soy.

Y no hay tiempo para descubrirlo.

Ella suspira.

—Faltaría más... Por favor, coge el cuchillo; me importa un bledo. — Comprueba la hora en su reloj con incrustaciones de diamante—. Me gustaría mucho acabar de una vez, si no te importa. Por lo general, me tomo mi tiempo y me divierto un poco, pero hoy es San Valentín y todo eso, y tengo planeado cenar con mi amorcito tan pronto como acabe contigo. —Sus ojos se han oscurecido y tiene la boca retorcida; por un fugaz momento, toda la maldad que alberga en su interior aflora a la superficie. Sin embargo, desaparece con la misma rapidez y es sustituida por una belleza tan arrebatadora que resulta difícil no quedarse embobado mirándola.

—¿Sabes una cosa?, antes de que aparecieses en una de tus... encarnaciones anteriores, yo era su único amor. Pero apareciste y trataste de robármelo, y siempre se ha repetido el mismo ciclo desde entonces. —Avanza con sigilo hacia delante; da pasos rápidos y silenciosos hasta que se sitúa justo delante de mí y ya no tengo tiempo para reaccionar—. Pero pienso recuperarlo. Y siempre lo recuperaré, Annabeth, que te quede claro.

Extiendo el brazo para coger la tabla de cortar de bambú con la idea de estampársela en la cabeza, pero ella se abalanza contra mí con tanta rapidez que me hace perder el equilibrio y me aplasta contra el frigorífico. Me quedo sin aliento y caigo al suelo. Oigo el ruido que produce mi cabeza al abrirse contra el suelo y veo el charco de sangre cálida que mana de mi cráneo y llega hasta mi boca.

Y antes de que pueda moverme o hacer algo para defenderme, Rachel se coloca encima de mí y desgarra con las uñas mi ropa, mi cabello y mi rostro sin dejar de susurrarme al oído:

—Ríndete, Annabeth. Relájate y deja que ocurra. Ve a reunirte con tu familia feliz; todos están esperándote. No estás hecha para esta vida. No te queda nada por lo que vivir. Y ahora tienes la oportunidad de abandonarla...

EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora