Capítulo 9

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Al parecer, Percy fue modelo durante un corto espacio de tiempo cuando vivía en Nueva York, y esa es la razón por la que su imagen flotaba en el ciberespacio, a la espera de que alguien la descargara y afirmara ser él.

Y aunque dejamos pasar el tema y nos echamos unas buenas risas ante tan extraña coincidencia, hay algo que no puedo pasar por alto: si Percy se trasladó hasta aquí desde Nuevo México y no desde Nueva York... Bueno, ¿no debería parecer algo más joven en esa foto? No se me ocurre nadie que tenga el mismo aspecto a los diecisiete que a los catorce, ni siquiera a los quince y, sin embargo, aquella foto en miniatura del Sidekick de Will mostraba a un Percy con un aspecto exactamente igual que el que tiene ahora.

Y eso no tiene sentido.

Me dirijo a clase de Arte, voy derecha al armario del material, cojo mis cosas y avanzo sin dilación hasta mi caballete. Me niego a reaccionar cuando noto que Percy se ha instalado justo a mi derecha. Me limito a respirar hondo y a abotonarme la bata antes de elegir un pincel. Aun así, echo un vistazo furtivo a su lienzo y trato de no quedarme boquiabierta al ver la obra de arte que está pintando: una interpretación perfecta de la obra de Picasso Mujer de pelo amarillo.

Nuestro trabajo consiste en imitar a uno de los grandes maestros, elegir una de sus pinturas más emblemáticas y tratar de recrearla. Y, por alguna razón, a mí se me ocurrió la brillante idea de que los simplones remolinos de Van Gogh serían algo seguro, algo sencillo de reproducir, un sobresaliente fácil. Sin embargo, al ver mis pinceladas caóticas y frenéticas, me doy cuenta de que me he equivocado de lleno. Y, a estas alturas, ya no puedo hacer nada por salvarlo.

No tengo la menor idea de qué hacer.

Desde que tengo poderes psíquicos, ya no necesito estudiar. Ni siquiera me hace falta leer. Lo único que tengo que hacer es colocar las manos sobre un libro y la historia aparece en mi cabeza. Y en cuanto a los tests... Bueno, digamos que ya no hay sorpresas con los exámenes. Lo único que tengo que hacer es deslizar los dedos sobre las preguntas y las respuestas se revelan solas.

No obstante, el arte es algo completamente distinto. Porque el talento no se puede falsificar. Y esa es la razón por la que mi pintura es justo lo opuesto a la de Percy.

—¿La noche estrellada? —pregunta Percy al tiempo que señala con la cabeza mi lienzo goteante y patético lleno de motas azules.

Yo me encojo a causa de la vergüenza y me pregunto cómo es posible que él haya adivinado la obra que trato de representar a partir de semejante desatino.

Entonces, solo para torturarme un poco más, echo un nuevo vistazo a sus pinceladas curvas y fáciles y añado la pintura a la interminable lista de cosas que se le dan extraordinariamente bien. En serio, en clase de Lengua sabe responder a todas las preguntas del señor D, y eso es bastante extraño, ya que solo tuvo una noche para ojear las difíciles trescientas páginas de Cumbres borrascosas.

Por no mencionar que suele incluir en sus respuestas todo tipo de hechos históricos, y habla de ellos como si en realidad los hubiese vivido. También es ambidiestro; puede que eso no parezca gran cosa, pero todo cambia cuando lo ves escribir con una mano y pintar con la otra sin que ninguna de las dos acciones parezca resentirse. Y ni siquiera he mencionado los tulipanes que aparecen de la nada y los bolígrafos mágicos.

—Como el mismo Pablo... ¡Maravilloso! —exclama la señora Dodds al tiempo que se acaricia su brillante y larga trenza. Mientras contempla el lienzo, su aura vibra con un hermoso color azul cobalto y su mente da saltos de alegría mientras repasa el talento de los alumnos anteriores y se da cuenta de que jamás ha contemplado una habilidad y un talento semejantes... hasta ese momento.

—¿Y el de Annabeth?

Por fuera, la señora Dodds sigue sonriendo, pero piensa para sus adentros: «¿Qué demonios será eso?» .

—Bueno... esto... se supone que es una obra de Van Gogh. La noche estrellada. —Me encojo de vergüenza, y mis peores temores son confirmados por sus pensamientos.

—Bueno... es un comienzo bastante digno —me contesta, y se esfuerza por mantener una expresión neutra y relajada—. El estilo de Van Gogh es mucho más difícil de imitar de lo que parece. No olvides los dorados... ¡Ni los amarillos! Después de todo, ¡se trata de una noche muy, muy estrellada!

La observo alejarse. Su aura brilla y se expande. Sé que no le gusta mi pintura, pero aprecio su esfuerzo por ocultarlo. En ese momento, sin pensarlo siquiera, sumerjo mi pincel en el amarillo antes de limpiar el azul y, cuando lo presiono sobre el lienzo, sale una enorme burbuja verde.

—¿Cómo lo haces? —pregunto mientras sacudo la cabeza exasperada. Paseo la mirada entre el increíble cuadro de Percy y el horror que he pintado yo; lo comparo, lo contrasto y siento que mi confianza acaba por los suelos.

Él sonríe y me mira a los ojos.

—¿Quién crees que enseñó a Picasso? —responde.

Dejo caer el pincel al suelo, haciendo que un montón de gotitas verdes manchen mis zapatos, mi blusón y mi rostro. Contengo la respiración al ver que Percy se agacha para recogerlo y después me lo coloca en la mano.

—Todo el mundo debe empezar por algún sitio —dice. Posa su mirada verde y abrasadora en mí mientras sus dedos buscan la cicatriz de mi rostro. La que tengo en la frente. La que está oculta bajo el flequillo. Esa que él no tiene modo de saber que existe.

—Incluso Picasso tenía un maestro. —Sonríe al tiempo que aparta la mano y se lleva su calidez consigo. Se concentra de nuevo en su pintura mientras yo me recuerdo a mí misma que tengo que respirar.

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