Athenea casi entra en pánico al ver cómo la sangre mancho rápidamente la blusa de Jelly y por acto reflejo intento detenerla; sin embargo, eso no hizo ningún cambio por lo que se puso de pie para buscar cualquier cosa con la que pudiera detener el flujo de sangre de la chica, pero justo en ese momento el cuerpo de Jelly se explotó en un polvo dorado.
«¿Qué diablos?» Se cuestionó pestañeando ante la imagen.
«Esto es un sueño, esto es un sueño. Estás cosas no pasan en la vida real», se dijo, pero mientras miraba el desastre a su alrededor se dio cuenta de que era imposible negar lo sucedido.
Su sala era un desastre. Su casa era un desastre. Su vida se estaba convirtiendo en un desastre demasiado rápido no podía detenerlo.
Otro grito provino del segundo piso recordándole que no podía detenerse a lamentar la destrucción o cuestionar lo que pasaba.
Su madre estaba en peligro y era su deber salvarla.
«Aún si tengo que dar mi vida para eso», pensó Athenea.
No sabía quién podría estar en el segundo piso con su progenitora, no del todo. En ese momento creía que todo era posible, pero si de algo estaba segura era de que no iría desarmada.
«Otra cosa en la que tengo que pensar», se dijo recordando la pelea.
¿Cuándo diablos ella había aprendido a defenderse así? Nunca, esa era la respuesta. Athenea nunca en su vida se había metido en una pelea; sin embargo, su cuerpo parecía saber muy bien cómo actuar en esos casos y estaba agradecida por ello en ese momento.
Tomo un pedazo de cristal roto por uno de los vasos escondiéndolo en la parte delantera de su pantalón con cuidado de no lastimarse antes de agacharse y coger la daga con la había apuñalado a Jellyfish subió las escaleras.
Miro con recelo el segundo piso buscando algún rastro de la araña que había visto antes, pero no encontró ninguna señal.
«Quizá eso si fue mi imaginación», se dijo.
En silencio empezó a subir las escaleras y podía jurar que escuchaba cada uno de sus pasos con total claridad; por lo que Athenea no tenía el factor sorpresa de su parte contra su enemigo en el segundo piso.
Cuando llegó a la parte superior de la escalera miró a su alrededor antes de ir a la habitación de su madre.
La puerta estaba entre abierta; por lo que con cuidado la empujó sin ingresar para evitar caer en una trampa. Sin embargo, toda precaución que tuvo se fue volando cuando vio a Mina golpeada y atada en una silla casi desmayada.
Athenea corrió a su madre completamente asustada por su estado.
—Mamá, mamá —la llamó, pero no obtuvo respuesta— Mamá, por favor, responde —le rogó con sus primeras lágrimas cayendo al no obtener repuesta de su progenitora.
En ese momento sentió que le arrebataban su corazón; por lo que, cuando escuchó el sonido de la puerta cerrándose tras ella junto una risa lleno de furia cada fibra de su cuerpo.
La persona con ella en la habitación había dañado a su madre. Había lastimado a la mujer que más amaba y no se lo iba a perdonar jamás.
Girándose vio a la responsable del estado de Mina.
«Sí, la responsable». Una mujer estaba recostada en la puerta como si estuviera teniendo su mejor momento mirando a Athenea sufrir. Una maldita mujer que había hecho que su madre confiará en ella.
—Vaya, vaya. Debo decir que estoy sorprendida —dijo con un tono malicioso— No pensé que la diosa del orgullo fuera tan sentimental.
—Vete al infierno —le gruñó Athenea. Estaba harta de defenderse y explicar mil veces que ella no era la diosa griega Atenea.
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Athenea [Olímpicos mortales #1]
Fantasía"¿Qué pasaría si los dioses griegos se convirtieran en simples mortales?" Ante el continuo desvanecimiento de los dioses, los olímpicos deben tomar una decisión: convertirse en humanos o afrontar el fin de su existencia. Corriendo el riesgo de que...