Athenea esperaba ser transportada a otro recuerdo; sin embargo, esa vez no fue así; muy por el contrario, parecía que todo había terminado.
Cuando abrió los ojos se dio cuenta que estaba de regreso en el templo de Zeus justo en el mismo lugar donde la niebla había empezado a rodearla y ahora desaparecía a su alrededor dejando a la chica maldiciendo por la magia que las ancianas habían utilizado en ella.
Athenea tenía puesto un vestido de gasa con encaje dorado y destellos plateados sin mangas con doble cuello en V, que dejaba ver más de lo que le gustaría, dos caídas de tela desde sus hombros y un corte imperio para la parte inferior.
«Para una diosa guerrera parezco una princesa griega», pensó Athenea y no pudo evitar que el recuerdo de Jelly llamándola princesa llegara a ella haciéndola maldecir su suerte.
Las Moiras estaban ahí viéndola satisfechas con el resultado frustrando más a la chica que de pronto se sintió mucho más vieja de lo que su edad mortal reflejaba.
Parón se acercó a ella y le extendió una pulsera con tres aros entrelazados siendo el del centro el más distintivo entre ellos. Ese era más grande y tenía un aro dentro con la imagen de la cabeza de Medusa, aquella que mato Perseo.
Athenea tomó el regalo poniéndoselo en su muñeca y por instinto toco en la imagen una sola vez antes de que su escudo apareciera. Sonrió al ver su Egida y se sorprendió de que no le pesará como lo haría para un humano.
«Pero no eres solo una humana», se recordó haciendo que el escudo vuelva a su forma de pulsera.
Las cosas se habían complicado para ella y sabía que no podría cumplir la promesa a su madre e irse del pueblo.
-Muchas gracias por su servicio -las palabras salieron de Athenea con intención, pero aun así las sentía raras al decírselas a las Morias, las diosas del destino.
Está bien, ella también era una diosa, pero durante diecisiete años había creído que era humana, de hecho, aún lo era solo que era también era una diosa.
-Ha sido un placer -respondió Parón- Esperaremos con ansias el camino de los demás -dijo antes de desaparecer evitando cualquier pregunta que pudiera hacerle.
Athenea se quedó de pie mirando a la nada entre los escombros del templo de Zeus pensando en cuál sería su siguiente paso. ¿Qué podía hacer?
Le había prometido a su madre que saldrían de ese lugar de locos, pero también le había jurado a Zeus sobre la Estigia hacer que todos recuperen sus recuerdos.
Mientras pensaba llegó a la conclusión de que solo había una opción para ella, después de todo una de ambas promesas era la que pesaba más.
***
Athenea estaba a las afueras de la casa de Afrodita esperando que la pelirroja salga para pedirle un favor, otro que se sumaba a la lista, además de que quería saber por qué Ares estaba en su casa cuando antes lo había estado evitando como la peste.
Cuando la puerta del garaje se abrió ingresó con el auto; sin embargo, por el espejo del retrovisor logró mirar a Artemisa y Hefesto que estaban escondidos detrás del auto de Ares.
«Mierda. Lo que faltaba», pensó negando ¿Es que nada podía estar bien por más de una semana? Tal parecía que no.
Afrodita estaba esperándola en el interior por lo que se apresuró a bajar del auto.
La sorpresa de la pelirroja al verla fue memorable para Athenea.
-Pensé que irías al valle de los templos -le dijo Afrodita admirando su vestido- Esta hermoso ¿Dónde lo compraste? -preguntó y eso le dijo mucho, por lo que, se sintió aliviada de que la pelirroja aún no hubiera recuperado sus recuerdos.
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Athenea [Olímpicos mortales #1]
Fantasía"¿Qué pasaría si los dioses griegos se convirtieran en simples mortales?" Ante el continuo desvanecimiento de los dioses, los olímpicos deben tomar una decisión: convertirse en humanos o afrontar el fin de su existencia. Corriendo el riesgo de que...