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El día estaba muy agitado, desde temprano se escuchaban pasos y murmullos entre los pasillos, incluso algún que otro grito. Sin embargo, todo sucedía detrás de su puerta. Generalmente Griselda pasaba a despertarlo muy temprano, cosa que no pasó ese día y que no fue necesaria pues su sistema ya se había acostumbrado a despertar antes de que terminara de salir el sol o con sus primeros rayos y, por ende, ahora ya estaba con los ojos bien abiertos.

Se debatía entre salir y acoplarse a las actividades o seguir fingiendo estar dormido hasta que alguien lo levantase. Estar incómodo en su propia casa no era una sensación extraña para él, por eso recurría a ciertos lugares escondidos en donde podría encontrar paz, como la sala de música o la casita del lago, que cada vez se hacía más pequeña.

–¡La carroza está lista! ¡Lleven el regalo del rey con cuidado! ¡Beltrán! ¡Beltrán! ¡Llama al duque, la duquesa está muy nerviosa, cree que se quedó dormido de nuevo!

No pudo evitar reír al escuchar a su nana, su padre podía ser el gran duque del reino, pero en casa seguía siendo un dormilón con buen sentido del humor y muy coqueto con su madre. Suspiró aliviado y se acomodó hacia el otro lado de la cama. Si la carroza estaba lista, entonces pronto todo quedaría en silencio de nuevo y podría salir tranquilo a visitar a Lady Rose para tomar el desayuno y luego se podría dedicar a pensar en qué hacer para que ese día fuera menos tortuoso.

El castigo no se había levantado durante toda la semana, así que ese día no podría asistir a la ceremonia de honor del nuevo Shire Reeve. Sus tres amigos asistirían, porque sí, el padre de Denki comprendió que la situación no ameritaba un castigo tan severo y su esposa lo apoyó. Tampoco podría entrar al palacio real. Al ser el heredero del gran duque, debería conocer bien el palacio y a los príncipes, pero su madre se las había arreglado para arruinar cada una de esas oportunidades. Sí, su misma madre, no era tonto, podía saber claramente cuando su madre forzaba sus argumentos, algunos eran muy ridículos. Aún no entendía cómo su padre no lograba ganarle en los debates, ella era muy buena persuadiendo, pero ¡él era el duque! En el futuro se encargaría de encontrar una esposa comprensiva o más dócil.

Quitó la vista de su ventana y se dio cuenta de que por fin todo estaba en calma. Ya todos se habían marchado y nadie lo despertó. Probablemente para que no se sintiera mal. ¿Qué hora podría ser? Seguro antes de las nueve de la mañana. Miraba con pesar el armario, no tenía nada planeado para ese día, no tenía nada qué hacer, incluso ir a visitar la cocina no era lo suficientemente estimulante como para sacarlo de la cama, tenía hambre, pero no quería moverse. Habría contemplado el tallado de las puertas del armario siguiendo la línea de cada uno de los tallos de las rosas en alto relieve que se lograban ver en la madera, sino fuera porque alguien tocó tres veces la puerta.

–¿Lady Rose? –Preguntó animado. No podría ser nadie más que ella y de seguro con un exquisito desayuno, que usualmente ya habría olfateado antes de que tocaran la puerta. –Adelante. –No recibió respuesta al igual que la primera vez y eso lo extrañó. Se escucharon de nuevo tres golpecitos y cayó en cuenta de que no era la puerta que daba al pasadizo, sino la de su balcón. –¿Qui... quién es? –Cogió uno de los libros de cuentos que tenía cerca de su mesa, uno de los más gruesos y se acercó hacia la puerta. Sus padres no estaban y junto con ellos se habían ido también los mejores guardaespaldas, un asalto a plena luz del día era muy atrevido, pero en esas circunstancias no era imposible. Abrió lentamente la puerta y lo único que pudieron captar sus ojos fue una silueta lanzándose sobre él. Sin dudar levantó el libro que tenía en la mano y se aseguró de que una de las esquinas golpeara alguna parte de su rostro, con suerte sería un ojo y con el mismo impulso encajó un puntapié en la entrepierna del susodicho invasor.

–¡Mi nariz, maldita sea! ¡Mi hermoso rostro! Mis hijos... -Contempló aún asustado cómo su querido amigo se retorcía cual babosa bañada en sal en suelo, con una mano conteniendo la hemorragia de su nariz y la otra el dolor de su entrepierna.

The Both of YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora