CAPITULO ONCE. DESPERTARES.

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—¿Una silla? —Preguntó Aleenah tan incrédula como ofendida mientras intentaba con torpeza y sin éxito ponerse en pie. —¿Me pusiste en una maldita silla? ¿Yo te di la vida eterna y tú me pusiste en una silla? ¿No tienes acaso consciencia de todos mis recuerdos y vivencias en tu maldita mente? ¿Cómo mierdas creíste que ponerme en una silla de ruedas, rodeada de aparatos, es lo que necesitaba?

Geenebra no deseaba llorar frente a Aleenah y mucho menos frente a Lonan, ni siquiera para ella misma, romper en llanto no era una opción que quisiera tomar. Siendo así que se levantó del piso y con rostro inexpresivo salió de aquella sala.

De nuevo camino sin rumbo, apenas mirando por donde caminaba, le agradaba que aquel lugar fuera así de inmenso, sus oscuros pasillos interminables y las cientos de salas vacías y estériles; entro en una de ellas y se recostó en el piso helado, no pudo conciliar el sueño, había dormido un par de horas antes de la alarma y aun no sentía esa necesidad, solo cerro los ojos y dejo que el tiempo pasara.

La sala estaba vacía y oscura por completo, era tan pacifica que Geenebra pensó que así debía ser el fondo del océano, solo oscuridad infinita y silencio total, una delicia, un bálsamo para su aturdida mente.

—Al parecer la eternidad no nos hace más listos, ¿cierto? —Dijo una voz en media de la oscuridad.

Por un momento Geenebra pensó que había enloquecido, ya que al entrar no percibió la presencia de alguien más ni escucho a nadie entrar mientras estaba reposando. Entonces las luces se encendieron, Adrien estaba sentado en el piso igual que ella pero al lado de la puerta y con la mano estirada hacia arriba tocando uno de varios botones con el que acciono la luz.

—Mierda... vine a estar sola, no a que me mataran del susto.

—No puedes morir... no al menos de un susto. —Adrien gateó hasta donde estaba Geenebra y se recostó a su lado viendo el techo.

—Pensé que estarías haciendo las paces con tu hija.

—Ya lo hice.

—Ni me quiero imaginar lo que ese tipo te hizo ver. —Dijo Geenebra recordando la manera en la que Adrien salió de la otra sala llevándose consigo a Eydis.

—Solo me mostro una realidad que no recordaba. Debo admitir que me gustaba más la vida donde yo era el único villano, me gustaba saber que podía llegar a tener ese alcance de maldad en mí.

—Y en cambio ahora sabes que no fuiste más que un títere.

—Un títere y el juguete erótico de un vampiro de sexualidad flexible. —Aclaró.

—Aahh... tu vida es una mierda.

—Geenebra, yo quería ser parte de esto, siempre he deseado pertenecer a algo... a mi reina, a mi hermana, a mis hijas, incluso a ti, pero siempre he acabado arruinando todo, hay algo en mí que me sabotea a mí mismo y ahora creo que a lo único que pertenecí con éxito fue a Fenri. —Adrien seguía viendo el techo pero ahora Geenebra lo observaba con atención a él. —Yo quería obedecerlo, moría por complacerlo, mi único anhelo era ser su esclavo, ser suyo en pensamiento y obra... quizá ese era mi destino y ahora que lo he cumplido ya no tengo más propósito en esta vida.

—Eso es una estupidez. —Espetó Geenebra.

—Piénsalo, quizá así sea, yo cumplí con mi destino y tú también cumplirás con el tuyo, diosa de las ruinas.

—Deja de llamarme así. —Pidió empezando a molestarse.

—Ahora solo queda resignarnos a morir.

—¡No, a la mierda el destino! —Soltó sentándose furiosa. —Eso no es para mí, no lo quiero, he hecho y pasado por demasiado como para solo dejarme matar por un maldito lunático megalómano cualquiera, yo no soy el títere de nadie; así que a la mierda con Fenri, con el destino y contigo también si piensas que ya no tienes nada que hacer en esta vida porque tú sabes que eso es una puta mentira.

En los tiempos de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora