CAPITULO VEINTIOCHO ENCUENTRO EN GROENLANDIA.

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Geenebra, apenas pensando en lo que hacía, apenas teniendo consciencia de sus actos como quien apenas la tiene de respirar, alzó ligeramente su mano y el cuerpo de Eydis seguido de su cabeza se levantaron en el aire, así con la ligereza de una pluma ambas partes fueron hasta ella para caer con delicadeza a sus pies. Entonces acarició ambas partes con las yemas de los dedos cerro los ojos y de inmediato se vio en aquel campo a donde Lonan se encontró con Iyali luego de su muerte; aunque el sitio lucía un tanto distinto, en lugar de pasto había una maravillosa arena fina, una humilde choza a lo lejos y el ambiente olía a mar. Y ahí estaba Eydis rodeada de sus espíritus, ella los abrazaba y lloraba por la felicidad que le provocaba escuchar sus voces después de tantos siglos. Eydis vio a Geenebra que la observaba y camino hacia ella.

—Fenri me dio muerte. —Enunció más para sí misma que para Geenebra.

—Lo sé, ahora mismo tus restos están frente a mí y tu padre llora desconsolado.

—¿Cómo llegaste aquí?

—Solo te seguí, quería ver que estuvieras bien y decirte que tienes la opción de regresar si lo deseas.

—No, me quedare con ellos, estuvimos separados por mucho tiempo cuando mi lugar siempre fue a su lado. —Geenebra asintió con tranquilidad. —Dile a Adrien que no lloré mi muerte porque me siento más viva que nunca, dile que lo amo... Geenebra, protégelo, porque eres la reina de su corazón.

Geenebra asintió de nuevo, abrazó a su hija y besó su frente, Eydis se separó de sus brazos para regresar al lado de sus espíritus quienes la recibieron con los brazos abiertos mientras veían también a Geenebra y le agradecían en silencio por haberla dejado ir con ellos.

De ese modo, luego de un par de segundos, Geenebra abrió sus ojos resplandecientes de salvaje plata y mirando fijamente a Fenri pasó de largo sobre el cadáver a sus pies, el cual ya no era más que el cascaron vacío que dejó atrás su hija; avanzó hasta quedar a un par de metros de Fenri quien la veía con ansias.

—Mi hija descansa en paz, es feliz en la vida que le precede a la muerte y estoy tranquila por ello... pero tú Fenri, tú has pecado contra tu hermana y contra mí.

—Mis pecados han sido ya tanto que hace mucho deje de llevar la cuenta.

Geenebra sonrió condescendiente mientras negaba con la cabeza, como quien escucha a un niño decir alguna graciosa incoherencia.

—Pero es que a mí no me importan tus pecados anteriores. Veras, los tiempos de Iyali terminaron cuando murió y ahora mis tiempos han comenzado, ella fue una reina y madre benevolente que reinó en su mayoría con paz, que dejó que sus malcriados críos hicieran lo que se les antojaba hasta que los problemas se acumularon al grado que la única solución fuera el genocidio... —Diciendo esto Geenebra le dio la espalda a Fenri, se separó unos pasos de él, alzó los brazos y en pocos segundos dos espadas llegaron a sus manos, una era de acero, la que había sido el regalo de bodas de Iyali para Rurik, y la otra rota y hecha de hueso, la espada que Lonan creo con sus propias manos. —y para ser honesta, yo no soy así.

Fenri vio a Geenebra sosteniendo ambas espadas tal como la había visto en su visión y por más que aparentara mantenerse imperturbable, por dentro sabía que nada sería sencillo.

—Dime, Geenebra 15, 111, 883 ¿Qué es lo que pretendes, a quien quieres engañar? Solo eres una habitante, una educadora, una simple mujer confundida que no sabe cómo conservar el amor de su hijo. —Argumentó con falsa lastima. —Te brindaron dones que te sobrepasan causándote más conflictos que orgullo; no quieres ser una Bendecida es demasiado carga para ti, lo mejor que podrías hacer sería dejarte devorar por mí y descansar en paz como ahora lo hace la pequeña vampiresa que está ahí. —Dijo señalando a Eydis con fingida pena.

En los tiempos de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora