CAPITULO VEINTISIETE MADRE E HIJOS.

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Los vampiros se organizaban para la llegada de Fenri cargando cartuchos en los rifles que quedaron abandonados una década atrás por los soldados zombies de Aleenah, quien movía sus dedos por las armas con una destreza casi hipnótica y una singular sonrisa de lado en sus labios.

—Jamás dejaras de ser un soldado, ¿cierto? —Dijo Adrien admirando su agilidad.

—Creo que no. ¿Sabes? Me enliste porque quería venganza por la muerte de mi familia, por la vida que se me fue arrebatada, pero el ejército fue una de las mejores cosas que he vivido, si hubiera muerto en el frente hubiera muerto feliz.

—Lo sé. A las tres les robe la vida, Hecate, Eydis y tú.

—A ti también te la robaron si lo vemos de ese modo.

—No... Yo tenía dieciséis, casi diecisiete cuando me convirtieron, vivía en un pueblo de vikingos salvajes que se hacían llamar reino, por muy buena vida que me esperara iba a morir en mis veintes por alguna enfermedad, infección o a manos de algún esposo celoso o de mi propia esposa por haberla engañado o alguna estupidez de ese tipo. En mi caso el haber sido convertido si fue una fortuna, he disfrutado mucho cada paso que he dado desde entonces y hasta este momento exactamente.

—Yo también; de no haber sido por ti no hubiera conocido a tantas maravillosas mentes, no hubiera hecho tantos descubrimientos ni creado tantas cosas... no hubiera conocido a Carlos. Te agradezco la vida que tengo, en realidad no me robaste demasiado. —Finalizó sonriendo con complicidad.

—Es cierto, Carlos, el damiselo en apuros y tu su caballera con brillante armadura. —Dijo riendo sin poder reprimir su irritable personalidad. —Pero aún hay algo que quiero preguntarte, ¿en qué rayos estabas pensando cuando creaste este maldito virus?

—Estaba enojada. —Dijo sin dejar de pasear sus manos sobre el rifle en su regazo y encogiendo los hombros.

—Claro, la princesa enojada.

—Sí, así que ten cuidado al cargarlos, si te mueres Geenebra enfurecería y no quiero ser el blanco de la furia de nuestra madre.

Estas últimas palabras salieron de su boca casi sin pensarlo, haciendo que ambos vampiros se vieran a sí mismos alarmados, pero no tuvieron mucho tiempo de pensar en ello cuando Jacks y Nore llegaron a avisarles que necesitaban las armas porque Fenri estaba por llegar.


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Nore llevó las armas que estaban listas a la azotea junto con los cartuchos restantes, le entrego uno a Deepery, otro a Carlos, que al no tener dones el lugar más seguro para él y donde seria de más utilidad era con los humanos en las alturas disparando, y le entregó un arma a Deeline, quien lo tomó de la mano para llevarlo y poder conversar con él.

—Nore, lo siento...

—No, tu no hiciste nada malo, yo... tenía miedo, sigo teniéndolo, siempre tengo miedo a todas horas, pero no lo admito porque soy muy idiota y en cambio me comporto como un animal; tengo miedo de que Geenebra muera, de que tu mueras, de morir y dejarlas solas... sé que no me necesitan demasiado, pero igual no las quiero dejar porque las amo a las dos y... —Dejó de hablar al notar como las lágrimas de sangre caían a raudales por las mejillas de Deeline. —¿Por qué lloras?

En los tiempos de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora