El vuelo camino a Roma transcurría con tranquilidad, sin turbulencias, ni climáticas ni entre los pasajeros, al menos hasta que Aleenah se levantó de su asiento para ir a la parte posterior del avión y sin disimular dio un tirón al brazo de Adrien obligándolo a acompañarla sin disimular ante los demás.
—¿Qué te pasa? —Preguntó indignado alisando la manga de su camisa. —Aaahh, estas enojada porque no te busque cuando despertaste, ¿verdad? Pero Carlos si te buscó y te encontró, ¿no? —Dijo sonriendo y guiñando un ojo en complicidad.
—Créeme que no me importa si no vuelvo a hablar contigo en lo que me resta de vida, lo que quiero es que dejes en paz a Geenebra.
—Eso... mmm... No, creo que ninguna de las dos cosas se van a poder; la primera porque ahora somos hermanos, ¿lo recuerdas? Drenaste toda tu sangre al punto de la muerte y te volviste a llenar con la de nuestra madre, y la segunda porque no quiero.
Aleenah gruño exasperada a la vez que Adrien le sonreía con estúpido infantilismo.
—Desde antes de abordar me llegan tus patéticos pensamientos por ella, y realmente no puedo creer lo que veo. ¿Qué quieres con ella? ¿Vas a prometerle el mundo y una eternidad a tu lado, llenarla de amor y dulzura para luego convertirla en un gatillo? —Interrogó furiosa.
Él sabía a lo que Aleenah se refería, de repente se dio cuenta de que no solo le debía disculpas a Eydis, sino también a la hija que su madre le quitó.
—¿Aun sientes el Lazo? —Preguntó ahora con inusual seriedad.
—No. —Respondió sin dudar. —Los restos que quedaban se terminaron de desvanecer estando en mi prisión, así que contesta a mi pregunta antes de que te destroce la cabeza a golpes, porque ahora ya puedo hacerlo y disfrutarlo.
—Yo tampoco siento el Lazo que me unía ti, pero de igual forma quiero pedirte perdón por haberte utilizado, por obligarte a matar, a esconderte, a mentir, por hacerte callar tu origen y tu identidad; también tienes que saber que cuando te decía que te amaba decía la verdad, te amé por ser mi hija y por esa dolorosa determinación que tanto me recordaba a mí. —Aleenah trató de buscar en su mente la mentira pero por alguna razón no la encontró, lo que si vio fue todo lo que Lonan le reveló, aquello que había estado cubierto por el manto del hechizo de Fenri. —Te siento, aquí —Dijo señalando a su cabeza. —Busca hasta que te canses, ve todo lo que quieras, así me evitas el tener que relatártelo.
—Está bien, te creo... Pero no me has respondido, ¿Qué quieres con mi hija?
—Hubieras aprovechado para ver eso también. —Aleenah lo veía inexpresiva y Adrien comprendió que no estaba jugando (ella jamás jugaba). —Ella me hace sentir vivo... creo que es la fortaleza que tanto se niega a mostrar lo que me deslumbra y desespera. Ella... Geenebra una vez me tocó y me dejó tocarla, me dejó presenciar por un corto lapso de tiempo un poco de su pasión, esa urgente y explosiva pasión que tienen los humanos y que aún no desaparece en ella, y eso fue como atestiguar el nacimiento y el fin del mundo al mismo tiempo.
—Ella tuvo sexo contigo. —Resumió con cierto fastidio y vergonzosa incomodidad.
—¡Qué manera tan vulgar de decir exactamente lo mismo que yo! Pero si, así fue. —Aceptó con una vaga sonrisa en los labios.
—Debió haber estado desesperada. —Concluyó negando con la cabeza en desaprobación.
—Ella estaba sola, triste, perdida y confundida, y peor aún, resuelta a no pedir ayuda debido a su orgullo... eso lo heredo de ti.
—¿Por qué tus palabras me suenan a reclamo? —Cuestionó ofendida y de nuevo al borde de la furia.
—Porque lo son. —Respondió con calma.
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En los tiempos de los Dioses
VampireIyali se había retirado a dormir, la paz duro tan solo una década, durante la cual los niños crecieron, los vampiros descansaron y los humanos aprendieron de nuevo a vivir por su cuenta. Entonces las alarmas sonaron, las cámaras enfocaron al hombre...