El camino hacia el Nuevo Orden - Parte 1

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[15 de marzo de 1813]

La fresca brisa marina hacía flotar los plateados cabellos de Enrique, que miraba a los barcos partir. Algunos de vapor y otros de vela. Lo que más le interesaba eran las personas. En sus cortos cinco años había visto a mucha gente. Diferentes lenguas, costumbres, modos de vida. Tantas que le fascinaba la idea de darle la vuelta al mundo solo para conocer más y más gente. Pero sabía que a su tutor no le gustaría la idea ni a su padre y él sabía porqué.

—¡Enrique! —exclamó Mike Jagger a lo lejos—. Ven aquí, mocoso.

Enrique obedeció en silencio y corrió hasta él. Al verlo no dijo nada pues sabía la razón. Mike lo miró con pesar y lo tomó de la mano para llevarlo a casa.

Cuando llegaron, Enrique vio a un hombre alto con un traje elegante y una capa oscura sentado en una cómoda silla hecha por el mismo Mike años atrás. El hombre se sorprendió de verlo y dejó la taza de té que estaba bebiendo.

—Señor Bunbury —dijo Mike—, aquí tiene a Enrique.

Alecto Bunbury secó sus labios con un pañuelo pulcro y lo guardó. Quería tomarse un tiempo antes de hablar por primera vez con su hijo.

—No me ha presentado problemas ni tampoco se ha enfermado —dijo Mike mostrando una complaciente sonrisa, mientras rodeaba su brazo sobre los hombros del pequeño y silencioso Enrique—. Ponerle un nombre hispano sirvió de mucho. No llama la atención de nadie.

—Me alegro —contestó Alecto secamente.

—¡Hora de los pasteles! —dijo Gert, la esposa de Mike. Al verla entrar, Mike ardió en cólera y fue hacia ella para lanzar la bandeja donde traía los pasteles—. Te dije que no hagas nada. El señor Bunbury no comerá eso ya que se irá rápido, ¿no es así, señor Bunbury? —volvió a sonreír.

—Solo me llevaré a... Enrique —sacó un bolso lleno de monedas que tintinearon cuando lo puso sobre la mesa—. Esto es suficiente para que vivan felices lejos de aquí.

Mike asintió, pero los ojos de Gert se humedecieron.

—¿A dónde llevará a Enrique, señor Bunbury?

—¡Cállate! ¡Eso no te importa! —exclamó Mike.

—El dinero está ahí. Lo que hagan con ello me tiene sin cuidado —cogió a Enrique del cuello y lo sacó a rastras fuera de la pequeña casa de Mike. Evitaba mirar al niño, sin embargo, un sentimiento profundo quería salir de su interior por lo que dejó el cuello de Enrique e hizo que lo siguiera—. Ven, iremos a dar un paseo.

Durante el camino, el silencio estaba presente. Ninguno de los dos intercambiaron palabras. Solo observaban su entorno y de vez en cuando, Enrique veía a su padre, pero este lo ignoraba.

Al atardecer, llegaron a lo alto de una montaña. En medio del bosque, encontraron un escondido lugar por donde la luz del sol no llegaba en su totalidad.

—Siéntate en esa roca —señaló un roca pequeña que estaba inclinada hacia un lado. Enrique obedeció. La tranquilidad del niño perturbaba a Alecto, lo que le ponía nervioso.

Sacó una pequeña espada de mango dorado y lo sostuvo firmemente. Su mano tembló unos segundos. Matar a un niño era horrible, pero matar a su propio hijo era monstruoso.

JoJo's Bizarre Adventure: Eternal StoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora