Auténticos Decadentes - Parte 3

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—No hagas caso a tu padre, Andrecito —dijo la mujer con un acento peculiar en su voz.

—Mamá, yo...

—Nada, tu papá puede decir muchas cosas pero no todas son ciertas —interrumpió la madre de Cerati.

El pequeño Andrés y su madre se encontraban sentados, frente a frente, en una mesa de madera. Algo vieja pero resistente al paso del tiempo. La señora Cerati sirvió un poco de té en su tacita de porcelana y a Cerati le sirvió un poco de leche en otra taza.

—Mamá —empezó a decir el pequeño Cerati—, ¿verdad que todos los hombres iremos a la guerra a morir?

La pregunta dejó helada a la mujer, quien se detuvo antes de dar el primer sorbo de su té.

—Andrecito, tú estás muy pequeño para pensar en esas cosas, así que bebe tu leche que aún está tibia.

—Sí, pero papá dice que todos nosotros debemos sentirnos orgullosos al ir a la guerra, porque defendemos la patria de los enemigos que destruirán el futuro de niños como yo.

—Tu padre está demente... ¡Ah! Ese stronzo di merda.

La señora Cerati bebió de un trago su té tibio y se puso de pie. Tenía las arrugas del entrecejo marcadas pese a su piel blanca y lozana.

—Andrecito, bebe toda tu leche o te castigaré como aquella vez, ¿entendés?

—S-Sí mamá.

El pequeño Andrés no bebía su leche debido a la preocupación que sentía por su padre. Llevaba varios días fuera de casa, en medio de las tropas de soldados que iban de ciudad en ciudad, resguardándolas del enemigo. Desde que el padre de Cerati se había unido voluntariamente al ejército, los días para la familia Cerati se habían vuelto un poco grises.

Los días se hicieron largos. La señora Cerati veía disimuladamente a través de las cortinas por si venía una carroza trayendo a su esposo sano y salvo, pero esa carroza no llegaba. El pequeño Andrés seguía jugando con los juguetes de madera que su padre le había hecho, pero no sentía esa dulce emoción infantil al jugar pues su mente estaba a miles de kilómetros, enfocado en su padre.

Hasta que, después de dos semanas sin saber nada, el señor Cerati llegaba muy sano a su hogar. La primera en recibirla fue su esposa, quien saltó hacia él con lágrimas en los ojos.

—P-Papá —dijo Cerati, dejando de lado sus juguetes y corriendo hacia su padre.

—Prometo no irme mucho tiempo —dijo el señor Cerati, con una sonrisa y un brillo especial en sus ojos.

Desde ese entonces, el señor Cerati estuvo con su familia cinco años. Andrés ya tenía 13 años y era muy unido a su padre. Durante esos cinco años, él le había enseñado muchas cosas a Andrés.

—Andrés —dijo su padre mientras pescaban en el río—, lo más importante en la vida es ayudar a los demás de manera desinteresada, ese es nuestro propósito en este mundo. Por eso fui a la guerra, para acabar con nuestros enemigos y para asegurar la paz para ti y los otros niños de tu edad.

—Mamá dijo que era una pérdida de tiempo, ya que la gente no se interesa por otras gentes a menos que sea por dinero.

—Amo a tu madre pero tiene algunas ideas equivocadas. Por eso te digo estas palabras, hijo —dijo, viéndolo a los ojos—. Andrés, si tienes la oportunidad de ayudar a alguien que lo necesite, hazlo. Verás que recibirás una recompensa más tarde.

Después de dos años, cuando Andrés ya tenía 15, el señor Cerati volvía de la guerra, envuelto en la bandera argentina. Junto a un ramo de flores y una carta que, supuestamente, fue escrita por el mismo presidente. Dando las respectivas gracias por su eficiente ayuda al ejército argentino.

JoJo's Bizarre Adventure: Eternal StoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora