PRÓLOGO

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ONCE AÑOS ANTES.

Aveces, las historias terminan en el momento en que comienzan, nana solía decirme eso cuando pasaba los veranos con ella en Newcastle, al menos en ese entonces, podía alejarme de mamá y cómo me miraba, como si me odiara.
Ahora no tengo a Nana, no hay nadie que me lleve de aquí o me cuente historias que me transporten a otros mundos, mundos con príncipes, princesas, reyes y sus reinas, y caballeros, mundos llenos de tanta magia, sueño con ellos.

Troto por las escaleras de la casa hasta que estoy afuera, el sol está tan brillante hoy, proyectando un tono brillante en todo el jardín y la cerca, el sonido de las peleas de mamá y papá me siguen hasta que cierro la puerta detrás de mí, ahora nadie puede escucharlos, ni el personal, ni los vecinos, ni si quiera yo.

Me dejo caer en el escalón y lamo el helado de pistacho que papá me compró antes. Sebastián dice que todo el helado tiene el mismo sabor, pero Sebastián es estúpido a veces, el helado de pistacho es el mejor, es verde, dulce y delicioso.
Si no estuviera tan molesto, habría ido a su casa y jugado con sus juguetes, pero no quiero ir a ningún lado. Excepto por...

Mi mirada se desvía hacia la enorme mansión frente a la nuestra. Tiene un aire antiguo, como los castillos de las historias de Nana, en los que viven caballeros y príncipes, quiero ir allí, llamar a la puerta y pedirle que salga. Mi caballero. Acordamos eso la semana pasada, que a partir de ahora, él es mi caballero, incluso lo bendije con un palo de bambú como lo hace la realeza.

A Sebastián no le importa cuando estoy molesto, pero a él sí porque es mi caballero. Siempre me hace cosquillas y me cuenta chistes hasta que me hace reír.
El niño con cabello negro y ojos cafés mágicos, como las historias en los libros de Nana.

Todavía chupando mi helado, me pongo de pie y doy pasos lentos pero determinados hasta que salgo de la puerta de nuestro jardín. Es por la tarde, así que tal vez esté con Aiden y Carter. Quizás no quiera jugar conmigo hoy, odio cuando elige a los otros chicos sobre mí.

La puerta de su garaje sisea y me congelo, sale un auto rojo, lento al principio, luego gana velocidad en la salida. La tía Samantha, ella es la que interpreta el papel de la reina en las historias de Nana con sus mechones dorados y sus grandes ojos azules que son tan amables y atentos, la tía Samantha, quien me invita a entrar cuando mis padres están peleando y me da bocadillos y comida, se sienta conmigo y me arregla el cabello y la ropa porque mamá no tiene tiempo para hacerlo, me dice que mamá tiene un trabajo importante y que no debería odiarla por eso, o si y ella también es la madre de mi caballero.

Su rostro está en blanco, sin su calor habitual. Ella parece molesta, pero no está llorando o tal vez no está molesta en absoluto. Es como mamá cuando se encierra en su estudio de arte, no queriendo ver a nadie.

Estoy a punto de saludarla cuando noto quién corre detrás de su auto, Emilio. El niño con cabello negro y ojos cafés, las lágrimas corren por sus mejillas mientras grita el nombre de su madre. Todo su cuerpo tiembla, pero no deja de perseguirla.

Por un segundo, el mundo entero se congela. Es un momento, solo un momento en el tiempo. Es tan extraño cómo ocurren todas las cosas malas en un momento.

Nana también me dejó en un momento. Estaba sentada con nosotros un minuto, y al siguiente, su corazón se detuvo. Estaba allí, sonriéndome, dándome helado y contándome una historia, y luego mi única abuela se fue. Ahora, solo somos mamá, papá y yo, odio cuando solo somos ellos y yo porque papá trabaja mucho y no puedo pasar mucho tiempo con él y mamá... bueno, no existo delante de ella, no como cuando existía con Nana, ella era mi mundo y ahora no tengo nada.

Mientras estoy allí mirando el auto de tía Samantha rodando y Emi corriendo detrás de ella con sus cortas piernas, mi pecho se vuelve doloroso, igual que cuando Nana se fue.
Mi corazón late fuerte y fuerte en mis oídos. No escucho los gritos y alaridos de Emi escucho el mío cuando Nana cayó al suelo, cerró los ojos y nunca se despertó.
Entonces lo supe, supe que había perdido algo que nunca podría ser recuperado.
Mi vida cambió para siempre. Justo como la vida de Emi.

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