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JOAQUÍN.

-¿Qué mierda estás haciendo,
Joaquín?

La voz que venía detrás de mí
bien podría ser una bomba. De lo
contrario, ¿por qué sentiría que me
están haciendo detonar en pedazos?
Mis rodillas tiemblan en el piso de baldosas mientras mis manos caen sin vida a mis costados.

No, no es él.

No puede descubrirme del todo en un día. Así no es cómo funciona en la vida
real, además, solo pudo haber entrado en la parte en que estaba respirando
entrecortado y nada más.

No importa cuánto me tranquilice, mi labio inferior tiembla y muerdo la carne
tierna para no ceder ante la necesidad de correr y esconderme. Tienes esto controlado, Joaquín. Tienes esto totalmente controlado.

Respirando hondo, me levanto a pies inestables y tomo mi dulce tiempo para
tirar de la cadena. Tal vez si me quedo aquí el tiempo suficiente, él desaparecerá y me dejará en paz.
Tal vez todo sea un juego de mi imaginación por estar nervioso desde antes.
Sin embargo, el pinchazo en la nuca dice lo contrario. Una atención aguda me
está diseccionando lentamente, como si me abriera de adentro hacia afuera.

Todo se debe a esos aguacates: debería haber rechazado la oferta de Elsa, no
debería haberlos comido. Pero si lo hubiera hecho, habría comenzado a sospechar de mí, y luego tal vez se arrepentiría de ser amiga mía.
No puedo perder a Elsa. Es uno de los pocos hilos que me mantiene aferrado a esta existencia.

Limpiándome la boca con el dorso de la mano, me doy la vuelta, rezando en
silencio para que todo esto sea una pesadilla desagradable, en el momento en que mi mirada se encuentra con la de él, confirmo que es una pesadilla.
Una de verdad y de la que nunca puedo volver.

-¿Qué estás haciendo aquí? -Hablo más bajo de lo que pretendo, pero al
menos mi voz no tiembla como un patético idiota.

-La pregunta es, ¿qué estás haciendo, Joaquín?

Joaquín.
¿Joaquín?

No le he oído llamarme así en... bueno, desde siempre. Cuando éramos pequeños, solía llamarme Green o Joaco cuando estaba enojado conmigo. Después de caer de su gracia, me convertí en Quino, ese estúpido nombre de intimidación.

El hecho de que me llame por mi nombre completo es nuevo y de alguna
manera... íntimo. No, no te atrevas, Joaquín. No te atrevas.

-¿Nunca viste a nadie vomitar?

Paso junto a él hacia el grifo, fingiendo que no existe. La palabra clave es fingiendo. No hay manera en el infierno que pueda borrar su presencia, especialmente en el pequeño espacio del baño, mi brazo roza el suyo y titubeo por una fracción de segundo, luchando contra el impulso de cerrar los ojos y empaparme de ese contacto.
Soy como un animal muerto de hambre, esperando un simple roce de ropa
contra ropa. ¿Qué demonios es lo que me pasa?

Me lavo las manos, frotándolas más fuerte de lo necesario hasta que se ponen rojas, y luego tomo un trago del enjuague bucal que siempre guardo en mi bolsillo.

Tal vez he sobreestimado lo que vio, es solo alguien vomitando, después de
todo, malestar estomacal, comida mala, mal tiempo. Tengo muchas excusas.
Demonios, incluso puedo culpar a su existencia y decir que me repugna.
Sin embargo, no soy tan cruel como él, ni tan falto de corazón.

-Bueno, sí, por supuesto que he visto a alguien vomitar. -Su voz es tranquila
y firme, a pesar de que el trasfondo es siniestro-. Bastante asqueroso, eso sí.

Escupo el enjuague bucal y limpio mi boca.

-Síp, muy asqueroso.

-Si, especialmente cuando te clavas un dedo en la garganta y te haces vomitar, desagradable, de hecho.

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