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Maratón 2/3

JOAQUÍN.

-¿Dónde están mis brownies?

La voz de mi hermanito me sobresalta de mis pensamientos, he estado demasiado concentrado en Emilio para prestarle atención.

Emilio se para detrás del mostrador, cortando los brownies en trozos pequeños y perdiendo la cabeza.
Desde que Kirian nos interrumpió esta mañana, Emilio me empujó como si tuviera una enfermedad contagiosa y no me miró a los ojos, agarró su ropa y se lavó en otra habitación, llevando a Kirian con él para refrescarse por la mañana.
Ni siquiera recuerdo cómo me di una ducha, todo lo que recuerdo es el presentimiento cuando me vestí y sentí cada toque como si estuviera grabado en mi piel, su lengua, sus manos. Demonios, mi boca todavía está dolorida por la forma en que la jodió y tomó el control total de mí.
Luego me empujó.
Entonces el sueño, como él lo llamó, terminó.

Trato de mantener la calma, de no tener algún tipo de crisis, pero cuanto más me evite, cuanto más toque mi muñeca, más fuerte será la picazón y no quiero que esa picazón salga a la superficie. Ahora no, nunca.

Emilio no me ha hablado durante treinta minutos y cada vez que hace contacto visual por accidente, se congela por un segundo antes de sacudir la cabeza y mirar hacia otro lado.

Ante las palabras de Kirian, él sonríe y coloca el plato frente a nosotros. Me acerco y pongo un trozo en mi boca, dejando que el rico sabor a chocolate ocupe mis pensamientos. Kirian sonríe, deleitándose con los brownies con renovada energía.
No me doy cuenta de que he estado comiendo con él hasta que mi boca se vuelve demasiado dulce.
Maldición. Esas son al menos quinientas calorías a primera hora de la mañana.
Aun así, no me siento tan mal por ellas como lo haría normalmente. Probablemente porque la voz de mamá no está en mi cabeza en este momento. No escucho sus regaños ni veo los números de la pesa.
Lo único que está ocupando mis pensamientos es la persona parada detrás del mostrador, mirando a Kirian comer y borrándome por completo, como si no existiera.
Nunca pensé que habría un día en que estaría celoso de Kirian, pero aquí está.

-Emilio. -murmuro su nombre como si no debiera decirlo. Como antes.

Durante años, me gritó por decir su nombre, pero no anoche. Anoche, le encantó el sonido de su nombre en mis labios. Anoche, me miró de manera diferente cuando lo llamé como siempre me ha encantado llamarlo: Emi.

Su mandíbula se tensa. Está enojado porque me estaba borrando y lo alerté de que existo justo aquí frente a sus ojos.
No dice nada.

Me inclino para hablar más cerca de su cara. Huele fresco con ese toque de menta y océano sin fondo.

-Estoy hablando contigo.

-Y yo no lo estoy -dice muy casualmente.

Estoy a punto de decir algo más cuando Lewis baja las escaleras. Me estremezco al darme cuenta de que Emilio y yo podríamos haber sido ruidosos mientras su padre está aquí.
Entonces recuerdo cómo Kir nos encontró, lo cual fue mucho peor. ¿Lucha libre? ¿De verdad? Seguramente podría haber pensado en algo mejor. Espero que no hayamos marcado a mi hermano pequeño de por vida y que crea en la historia de la lucha libre.

Lewis está a punto de dirigirse directamente a la puerta, pero se detiene cuando nos nota. Una rara sonrisa levanta su rostro cuando se acerca a nosotros.

-Hola, hombrecito. -Agarra un pañuelo y limpia el chocolate en la mejilla de Kirian.

-Así es, tío. -Kir sonríe, mostrando sus dientes en crecimiento-. Soy un hombre, díselo a todos los demás.

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