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EMILIO.

Guerra. Me llaman así por una razón.
Las guerras comienzan por una causa trivial, pero tienen matices siniestros, las guerras están hechas para destruir, las guerras son la razón de la muerte, no al revés. La muerte cae. La guerra permanece.

Mi mente se blanquea mientras aterrizo en Ronan a horcajadas sobre su estómago, lo agarro por el cuello y dirijo mi puño directamente a su cara.

Tuvo la audacia de abrazarlo, empujarlo contra el banco y tocarlo como si tuviera todo el derecho a hacerlo.

Hay esa voz interior que me dice que no muestre mis cartas con claridad, pero esa voz se está volviendo más tenue por los días. No podría detener esta necesidad de causar estragos si lo intentara.

Ha pasado mucho tiempo sin una guerra, y las guerras deben suceder para purgar a la gente, las guerras deben sucederle a la muerte, y ahora, él necesita sangrar.

Él me sonríe mientras le aprieto el puño en la cara, pero no trata de luchar contra mí, no es que pueda cuando estoy con tanta adrenalina.

Una voz llama desde mi derecha, sobresaltada y suave. En algún lugar en el fondo de mi mente, reconozco que es Joaquín, pero no me concentro en eso. No me detengo a verlo ni a escuchar la misma voz que solía reírse con él.

Mi próximo golpe es más fuerte que el anterior, y la cabeza de Ronan se inclina hacia un lado.

-Alguien está enloqueciendo. -Ronan lame la esquina de su boca ensangrentada-. ¿Tienes un problema, mon ami?

Lo golpeo de nuevo, haciendo que sus palabras se detengan donde comenzaron. No importa que haya pasado la mayor parte de la noche y la mañana peleando con matones o que algunos moretones en mi cuerpo me duelen como una perra. Voy a terminar este día con un final épico, como la muerte de este bastardo.

Para! -Una mano delgada envuelve mi bíceps, obligándome a retroceder con un empujón.

No es tan fuerte, pero su toque sí.
La sensación de sus dedos en mi piel, separados solo por mi camisa, es como el agua que apaga mi fuego.

Las líneas borrosas de antes y la bruma negra se disipan lentamente cuando su rostro aparece, me está mirando con esos enormes ojos verdes que nunca han abandonado mi cabeza, ni desde ayer, ni desde hace un siglo, sus labios se separan con estupefacción, o preocupación, no sé cuál. Todo en lo que puedo pensar es en cómo me deleité con esos labios, cómo se sentían debajo de mis dientes y contra mi lengua.
Cómo lo probé, como lo fantaseé en secreto durante años, y cómo ese sabor único abrió la puta caja de Pandora, desató a los secuaces del diablo e incluso a los genios de los que Ahmed solía contarme en sus historias.
Porque ahora, tengo la necesidad de probarlo de nuevo, y esta vez, no quiero parar, o terminar, quiero caer libremente al infierno. Que me jodan.

Fui a pelear para poder purgar estos pensamientos, pero siguen magnificándose. Su visión tampoco está ayudando. Es como una tormenta, y solo estoy destinado a caer, pecar, perecer con sangre.

-¿Qué demonios estás haciendo? -grita, mirando la sangre que mana de los labios de Ronan-. ¿Estás loco?

Síp. Totalmente lo estoy. De lo contrario, nada de esto habría sucedido.
Un error.
Todo fue por el alcohol.
Me lo puedo decir todo el día, pero hacer que mi cerebro crea que es una historia completamente diferente.
Esa cosa está empezando a odiarme por la cantidad de basura que vierto a diario.
Es mutuo, amigo.

Joaquín me empuja con facilidad, en realidad no. Todo lo que tiene que hacer es usar su agarre en mi brazo y estoy fuera del camino como si nunca hubiera estado allí.
Solo un toque, me digo. Un solo toque.

BROKEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora