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Maratón 2/3


EMILIO.

-¿Mamá?

Mi voz es incrédula, incluso para mis
propios oídos. La mujer que pensé que nunca vería en esta vida está frente a mí.
Su cabello es lacio y rubio y cae sobre sus hombros, tal como lo recuerdo. Lleva uno de los elegantes vestidos de la clase alta, y todavía tiene un broche sobre su ropa.
Si no supiera que nos separamos hace más de doce años, habría pensado que nos vimos ayer.
Su rostro tiene esa pequeña sonrisa familiar permanente y sus ojos azules con forma de almendra no tienen arrugas que los rodeen.

-¿Cómo han estado, niños? -Mira entre Joaco y yo como si fuera algo cotidiano, como si saliera a dar un paseo y acabara de regresar-. Has crecido mucho, Joaco. -Sonríe-. Afortunadamente, no te pareces a la serpiente de tu madre.

¿Qué mierda?
Primero, mi madre está aquí.
En segundo lugar, ¿mencioné que mi madre está aquí?

-¿Puedo hablar con Emilio? -le pregunta a Joaco, cuyos ojos permanecen abiertos, como si estuviera presenciando la aparición de un fantasma y probablemente pensando en las opciones de caza fantasmas.
Lo mismo de mi lado.

-Eh... -Niega, luego aprieta mi mano-. Estaré... en casa si me necesitas.

Ni siquiera tengo el estado mental adecuado para asentir o hacer algo. Todavía estoy mirando a mi madre e intentando averiguar si tenía suficiente alcohol para terminar en otro sueño.

Suaves labios se sellan contra mi mejilla y es suficiente para sacarme de mi trance. Miro a Joaquín y él sonríe de la manera más cálida y considerada que cualquier humano haría.
Su sonrisa dice palabras que no tiene que pronunciar en voz alta.
Estoy aquí para ti. Siempre estaré aquí para ti.
Le devuelvo la sonrisa, mostrándole los hoyuelos que ama tanto.

-Adelante, Green.

Asiente, mira por última vez a mamá y luego se dirige lentamente a su casa. Los dos únicos que quedan somos yo y la mujer que me trajo a este mundo. La mujer que se fue porque papá era demasiado.

-¿Deberíamos entrar? -Hace un gesto hacia nuestra casa, la mía y la de papá, no la de ella. Porque ella la dejó sin mirar atrás.
No digo nada mientras cruzo la puerta, sabiendo que me seguirá. El sonido de sus tacones resuena en el pasillo vacío.
Ahmed nos saluda en la entrada y se detiene al verla.

-Hola, Ahmed. ¿Cómo has estado? -Le sonríe con una calidez que solía darme.
Una calidez que es un poco triste, un poco forzada, un poco falsa. Y solía engullirlo todo porque venía de ella, mi madre.

-Hola. -Vuelve a su postura completamente profesional-. ¿Puedo traerte algo, Emilio? -Una botella de vodka sería grandioso, muchas gracias.

-Nada. -Exhalo.

-Una copa de vino para mí -dice mamá.

-Me temo que no tenemos vino. -Asiente y desaparece a la vuelta de la esquina. No tengo dudas de que llamará a papá y le informará sobre nuestra invitada inesperada.

Antes de que papá vuelva a casa, mamá y yo necesitamos hablar.
Metiendo una mano en mi bolsillo, me doy la vuelta y la enfrento. Está sentada en el sofá, con las dos piernas dobladas a los costados como una dama refinada.

Mamá nunca fue una dama refinada. Era camarera antes de conocer a papá y a Calvin.
Papá la llevó al lado de la clase media alta de las vías y después de eso, cortó todo contacto con su familia extendida y cambió de clase social.
Su mirada me recorre.

-Te has convertido en un hombre.

-No gracias a ti -le digo sin siquiera pensar en las palabras. Pero supongo que eso es todo lo que siempre quise decir desde ese día que me abandonó en medio de la calle y nunca miró hacia atrás.

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