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MARATÓN 2/3


JOAQUÍN.

Hoy, el terapeuta me dijo que dijera lo que odio, que debería dejarlo salir.
Dije que odiaba cómo me trataba mamá y cómo los acosadores en la escuela hablaban de mí, dije que odiaba la
vergüenza y las dietas.
Pero guardé lo que más odiaba para mí.
Odio cuánto late mi corazón cuando Emilio está a la vista o cómo olvido lo que estaba tratando de hacer en el momento en que entra en mi campo de visión.

Sus dos manos están metidas en su vaquero, su labio inferior está roto y cortado y sus ojos profundos parecen aún más insondables, exhaustos, como si no hubiera dormido en días.
Parece un poco roto, un poco atormentado, un poco herido tal como yo.
Y lo odio aún más.
Odio que él fuera quien me encontró y que me vio en ese estado, odio estar agradecido con él en formas que las palabras no pueden expresar, odio que seguía mirando a la puerta, esperando que él viniera en cualquier momento, y cómo me sentía destripado cada vez que no lo hacía, odio haber querido verlo, aunque no tengo interés en ver a mi madre, pero, sobre todo, lo odio a él.
El niño, la persona que me separó de su vida y me dejó que me las arreglara
solo.

El caballero en el que me refugié, pero no me ofreció refugio, la persona con la que compartí mi vida, pero me borró como si nunca hubiera estado allí.
Confié en él y me traicionó.
Puedo perdonar cualquier cosa menos eso.

-Vete -repito con voz firme.

Ahora que ya obtuve mi dosis de él, tan desaliñado como está, puedo vivir sin preguntarme por él un día más.

Les conté a Elsa y a papá sobre todo, aunque tuve que luchar con las lágrimas en los ojos de Elsa y cómo ambos se culparon por no ver las señales antes.
No podrían haberlo hecho, porque estaba a un nivel profesional ocultándolas. Además, ambos tenían mucho con qué lidiar, papá tenía su trabajo exigente y Elsa tenía su complicada situación familiar y su relación volátil con Aiden.
Ahora que ofrecieron todo su apoyo, ya no necesito que Emilio me vea.
Podría estar roto, pero me recuperaré. Podría haberme caído, pero me levantaré. Habrá un día en que mire hacia atrás y diga que sobreviví.
Y no necesito que él esté allí para eso.

Emilio se sienta en la silla que suele ocupar papá, su atención nunca deja mi muñeca vendada. Una pequeña voz dentro de mí me dice que la oculte, pero aplasté esa voz.
No habrá más escondites. Este soy yo, el único que hay.

-¿No escuchaste lo que dije? -continúo en mi tono confiado-. Te dije que te fueras, no quiero verte, como tú no quieres verme a mí.

-Mentí sobre eso. -Su voz es tranquila, demasiado tranquila. Me pone la piel de gallina.

-¿Mentiste?

-Miento sobre muchas cosas, soy un mentiroso. -Todavía está hablando en ese tono neutral como si cualquier otro rango arruinara su compostura.

-¿Cosas como qué?

-Como cuánto te odio, no lo hago, o cuánto digo que no eres nada, no es verdad, o cómo puedo vivir sin ti, no puedo. -Mi respiración se contrae y clavo las uñas en la sábana del hospital.

-Si lo dices por lo que me pasó o por lástima, te lo juro...

-No te compadezco -me corta.

-Entonces, ¿por qué dices esas cosas ahora? ¿Por qué crees que puedes venir aquí y decir cosas así después de que me dijiste que desapareciera de tu vida?

-Te lo dije...

-Mentiste, no quisiste decirlo -lo interrumpí, repitiendo sus palabras anteriores-. No significa que no lo creyera, no significa que no me hicieras llorar cada vez que fingiste que no era nada. ¿Por qué me harías eso? Esa broma infantil no merecía tanto tormento, no merecía que me trataras como si fuera invisible, soy visible, estoy aquí y siempre te estoy mirando, así que ¿por qué no me miras?

-No puedo.

-¿Por qué no?

-Me odiarás si lo sabes.

-Dímelo y lo decidiré yo mismo, viví este tormento durante años, Emilio; tengo derecho a saberlo. -Levanta los ojos y la miseria en ellos casi me rompe de nuevo.

-La verdad no siempre es buena, Green.

-Quiero saber por qué ¡Dime por qué!

-Porque eres mi hermano.

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