Capítulo Diez

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"El efecto sorpresa

nunca se debe

 de dejar"

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Capítulo Diez: Los Príncipes Guerreros

 Leyno les dio un pequeño empujón y ambos salieron del ascensor, el cual cerró tras sus espaldas. Llevándose consigo a Leyno y a toda posibilidad de escapar de las miradas de los pocos tributos que estaban en la sala.

 Los dos amigos suspiraron y comenzaron a acercarse al pequeño grupo que había en el centro de la sala de entrenamiento, al parecer no todos habían llegado a tiempo. Solo estaban los del Distrito dos y cuatro, los del cinco, siete, diez y cinco. El once, doce, diez y nueve dormían un rato más al parecer.

 Cattilea y Kairo se mantuvieron juntos, al lado de los dos jóvenes del siete. La pelinegra notó como el tributo femenino de dicho distrito los miraba de a tantos, al igual que los demás hacían con los del Distrito Dos. El temor que les tenían enfermaba a Cattilea, la hacían sentir como si ella fuera un monstruo cuando no lo era...aún.

 Kai estaba de brazos cruzados, lo que provocaba que sus musculosos brazos parecieran más grandes al igual que sus muslos. Grandes y formados por los entrenamientos a los que fue sometido desde los cinco años. A diferencia de Cattilea quién tenía las piernas descubiertas por shorts, su compañero llevaba unos pantalones ajustados negros y una camiseta sin mangas blanca. Ambas prendas dejaban mucho para la imaginación al marcar cada parte de su escultural cuerpo.

- Mira al niñito del cuatro...- murmuró Kairo sin mover los labios, no quería llamar la atención de los demás. Aunque era consciente que todos los tributos que él consideraba mortales lo hacían. Los ojos azules de la chica se posaron en el niño de rulos marrones y ojos verdes, por unos instantes se paralizó al pensar que se trataba de Kenneck. Pero al volver a abrir los ojos, el espejismo desaparecía. Era el tributo masculino de Finnick, Maximillian. – Esta temblando por estos idiotas – el pequeño de doce estaba siendo acosado por los del Distrito dos y su compañera no lo defendía, estaba igual de paralizada que él. No podía culparla, solo era un año más grande que el niño - ¡Ey! – antes de que Cattilea siquiera pudiese detenerlo, el chico rubio comenzó a caminar a pasos agigantados hacia los del Distrito dos.

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