Capítulo 7: El tiempo que ha vuelto a correr

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Si el sol amará a la luna, como te amo a ti,
¿sería tan difícil de poder alcanzar tu calor?,
¿sería realmente un pecado desear tu corazón?,
¿por qué juzgar un anhelo tan simple de amor?,
¿acaso es que las estrellas no pueden sentir?,
debe morir una luna con el frío de la sombra
de aquel amor que nunca pudo obtener,
es que no puede entregar su piel por vivir
un solo día la dicha del amor, ese don que Dios
nos da, que es lo único que prueba su existir,
eso que llena de luz la oscuridad de la soledad,
¿acaso por mi trágico amor yo debo de perder
incluso la vida, el tiempo de mis lágrimas,
se convierte en arena en el reloj de la verdad
de este sentimiento incomprendido, sin razón?,
¿acaso Dios castiga al que ama?, no, él es amor
por eso han de ser su llanto ese tiempo, esas palabras,
ese poema que invade de alegría el corazón.

Esa semana se volvió una tortura para mí, era un agridulce entre lo mucho que esperaba ese viernes y lo que ansiaba detener ese momento, cada minuto en la escuela era eterno, demasiado largo, en cambio los pocos minutos que podía estar con él en la cafetería eran muy cortos, me daba el chocolate con bombones, en algunos momentos solo tomaba mi mano para ayudarme con el ratón de la computadora, anhelaba a veces tomar su rostro y plantarle un beso, solo en ocasiones tenía valor para abrazarme a su brazo, Ulquiorra no parecía molestarse, en algunos casos que estaba de buen humor me tomaba de la mano; en esos escasos días ni una sola vez me dejó quedarme en su casa, me llevó a mi casa, quizá me veía como una mujer muy desesperada, apenas pude dormir el jueves, estaba tan ansiosa de verlo el viernes, pero ¿qué iba a pedirle a Ulquiorra?, ¿qué podía pedir?, esa pregunta me estuvo comiendo toda la mañana, aún no decidía que pedirle, llegué temprano, él ya estaba en el salón, como siempre jugando con su collar mirando por la ventana, pensando que si ese era el último día que él y yo nos veríamos, no tenía por qué limitarme, así que fui directo hasta donde estaba y lo abracé.

- ¡Buenos días Ulquiorra! - dije con gran alegría

Él no me dijo una palabra al principio, solo me regresó el gesto.

- ¡Hola!, ¿por qué tanta efusividad? - preguntó el ojiverde

- Si va a ser el último día que te vea, no me importa lo que piensen y digan los demás, solo me importa mostrarte cuánto me gustas... - dije sinceramente

- Me parece bien que seas tan cariñosa... solo quería ser claro... - comentó el pelinegro

Siempre tan evasivo, después me dio un beso en la mejilla, lo cuál me hizo sonrojar, me regalo una suave sonrisa.

- Bien, solo porque es el último día, sino te diría que nos fuéramos a disfrutar de este lindo día... - dije aún ruborizada

- Tú lo dijiste es el último día, para mi no hay problema por escapar de clases... - dijo el caballero

- ¡No me tientes Satanás...! - dije apenada

- Por cierto, ya pensaste ¿qué deseo quieres que te cumpla?, me puedes pedir la luna si quieres... - dijo sereno

- Tal vez, lo dejaré para el final de las clases, además no seas mentiroso, no podrías darme la luna, y ¿yo para qué quiero la luna?, en ese caso prefiero que me lleves allá, donde pueda amar por siempre su corazón... - dije un tanto poética

Él se sorprendió un poco y sonrió.

- Tal vez deberías medir tus palabras, no sabes lo que puede suceder... - dijo Ciffer

- Siempre he amado la luna, así que en lugar de robarsela al cielo, prefiero ir hasta ella y seguirla amando... - dije pensativa

- Yo por mi parte siempre he amado al sol, adoro como ilumina la tierra, la llena de vida y color, amo su calor, aunque nunca pueda estar cerca de él, por mucho que me duela me es imposible tocarlo... siempre he querido alcanzar al sol... - dijo algo avergonzado

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