Capítulo IX

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Sabía que tenía que volver a clase de un modo u otro, la cuestión es ¿cuándo? Si me ven, me preguntaran donde he estado y porque dejé mis cosas allí, llamaran a mis padres y los próximos años serán adiós libertad, hola arresto domiciliario.

Hasta el móvil lo olvidé, ¡mierda de vida! Más vale que lo que escribí en aquel muro sea verdad y mejore un poco mi penosa existencia. Aunque pensándolo mejor, no me va tan mal. Al ser como soy alejo a personas indeseadas de mi alrededor y solo mantengo cerca los que me importan y me conocen bien, no como ese imbécil de Patrick que durante los últimos años me ha juzgado sin saber y viene ahora a pedir perdón ¡no necesito tus patéticas disculpas hormonado sin sesos!

Creo que lo mejor será esperar hasta que toque el timbre que señala el fin de las clases y recoja mis cosas.

-¿Qué puedo hacer hasta entonces?- me pregunté a mi misma dándole una patada a una pequeña piedra- lo mejor será que me siente en algún sitio poco concurrido, por si tengo la mala suerte de que pase algún familiar o conocidos de mis padres.

A lo lejos pude distinguir una pequeña casita de madera, que daba a un lago rodeado de árboles. También pude ver algunos bancos de piedra donde podía esperar y relajarme sin que nadie perturbara mi acto vandálico de saltarme las clases.

-¡Esto es perfecto!- grité emocionada-.

Me tumbé boca arriba en uno de los bancos al lado de la casita de madera y miré hacia el cielo, esperando obtener un poco de paz y tranquilidad.

-A partir de ahora, este será mi lugar favorito- cerré los ojos para sentirme mejor-.

Podía notar el viento en mi cara y cómo iban cayendo las pocas hojas que quedaban a mí alrededor haciéndome sentir una con la naturaleza; pero como todo lo bueno no dura para siempre, unos gritos me sacaron de mi momento de trance espiritual.

-¡¿Te crees mejor que nosotros?! ¡no nos vengas con tonterías!

Acerqué mi cabeza hasta el borde del banco y la dejé colgando a modo de péndulo mirando al revés. Quería saber quien interrumpía mi momento de felicidad.

Un grupo de chicos, por lo menos unos cuatro, estaban rodeando a alguien que no conseguía ver. No sé si era por la posición en la que estaba o porque me estaba bajando la sangre a la cabeza y empezaba a ver borroso.

Me senté como una persona normal y miré de reojo para ver a los matones de turno.

-¿Estás tan asustado que no dices nada?- habló uno de los chicos que tenía una gorra negra-.

Lo mejor de todo es que se creen auténticos machos, dueños de la gran selva llamada ciudad y poderosos como un escarabajo pelotero, que para conseguir algo, deben revolcarse entre la mierda; pero uno de ellos llegará a presidente y una vez más nos demostraran que somos unos ineptos, porque no sabemos distinguir entre ladrones y políticos.

-¡Danos todo lo que tengas encima!- exigió uno de ellos-.

¡Bien y encima ladrones! vaya futuro nos espera a todos.

-Sois realmente graciosos chicos, pero me parece que... no.

¡Oh dios, esa voz…!

-Luego no digas que no te lo advertimos.

Los cuatro se lanzaron contra él como caimanes y lo cubrieron por completo. Lo único que se me pasó por la cabeza fue llamar a la policía y que ellos se encargaran de este asunto, pero antes de poder ponerme de pie, Derek, de quien supongo que era la voz, se los quitó de encima como resortes y los dejó tirados en el suelo.

-Me advertisteis ¿qué?- tiró la mochila a un lado y cogió a uno de ellos de la camiseta, dejando sus caras frente a frente- escúchame bien escoria. No pienso malgastar mis energías partiéndoos las piernas y mucho menos tiempo en dejaros como un trapo viejo, pero si me seguís tocando los cojones lo haré y tened por seguro, que me divertiré mucho viendo como lloráis en el suelo.

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