Capítulo 3: The Fair

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Petunia sentía que se estaba volviendo loca, Vernon llevaba cinco horas fuera y estaba a punto de estallar. Les había dado chocolate para que se calmaran, pero después sólo los había hecho diez veces más ruidosos. Incluso cuando estaban ocupados jugando con sus Game Boys. No podía enviarlos a la habitación de su hijo, ni siquiera a jugar fuera. Ya no estaban en Privet Drive, sino en una ciudad que ella conocía muy bien y en un lugar que su hijo no conocía. Por eso estaba agradecida, este pueblo no era lo que cualquiera consideraría digno de un turista. Deseaba que su marido estuviera aquí, Vernon era el único al que Dudley escuchaba. No había podido escuchar sus jabones por el jaleo. El lugar también era un desastre, las almohadas del sofá estaban esparcidas por todas partes y las camas estaban peor.

-¡Chico!- gritó Petunia desde donde estaba sentada; ni siquiera se giró para ver dónde estaba Harry.

-¿Sí señora?- preguntó Harry en voz baja y solemne, caminando hacia ella desde donde había permanecido de pie durante las últimas cinco horas, junto a la puerta del hotel.

-¡Limpia este lugar!-, ladró ella, con el labio curvado de repugnancia al ver al engendro. Subió el volumen de la televisión y procedió a ignorar a Harry, mientras éste iba limpiando el desorden que su hijo había creado.

-Sí señora- susurró Harry, sus ojos verdes muertos ni siquiera levantaron la vista, inmediatamente comenzó a hacer lo que le decían. Ni siquiera un pensamiento de que era "injusto" cruzó sus labios, porque esta existencia era lo único que Harry conocía. Su estómago gruñó ferozmente, no había comido nada desde la noche anterior. Incluso en eso no había sido suficiente para calmar su estómago. Sólo un poco de salsa y una cucharada de puré de patatas que hacía tiempo que se había enfriado.

Arregló primero la zona más cercana a su tía, antes de ir media hora después a las camas. Por suerte, ni Dudley ni Piers estaban en ellas, sino sentados en el suelo al pie de las mismas. Acababa de bajar la cama, con mucha dificultad, cuando lo vio, un pequeño trozo cuadrado de chocolate. Entrecerró los ojos, para ver si lo que veía era realmente lo que parecía. Todo era borroso para él, pero pensó que así era como todos veían el mundo. Eran los trozos de cortesía que dejaba el personal del hotel para sus huéspedes. Los ojos verdes de Harry se abrieron de par en par, mirando rápidamente a los chicos y luego a Petunia. Cuando se dio cuenta de que no lo estaban mirando a él. Fingió arreglar un poco más la cama, y con una mano hábil cogió el chocolate de menta y lo deslizó dentro de sus pantalones demasiado grandes.
Harry no pudo evitar emocionarse, nunca había probado el chocolate, Dudley siempre tenía y le gustaba mucho. Le regalaban cajas para los cumpleaños y las Navidades y se las zampaba todas en cuestión de horas. Se apresuró a hacer todo lo que tenía que hacer, colocar las almohadas y, por supuesto, sustituir la lámpara que Dudley o Piers habían tirado.

Sus dedos trazaron el dulce en su bolsillo, una pequeña mirada nostálgica a su alrededor. Rápidamente, pero sin ser observado, se dirigió al baño, cerrando la puerta tras de sí para que nadie pudiera entrar. Se sentó en él y recuperó rápidamente su premio, sus labios se movieron de una manera que perturbaría incluso a Albus Dumbledore. Había algo muy... Slytherin en ello. Pero Harry tendría que serlo para sobrevivir al infierno que era la casa de los Dursley.

Lo desenvolvió sin hacer ruido, sus ojos verdes centellearon y lo mordió. Su primer sabor a chocolate, y era encantador, se tomó su tiempo para comerlo, tratando de hacerlo durar lo más posible. Sabía que probablemente sería el único dulce que tendría en su vida. Harry no se imaginaba una vida lejos de los Dursley, era demasiado joven para algo así. A veces deseaba no haber sobrevivido al accidente de coche que se había cobrado la vida de sus padres.

Suspirando con tristeza, arrugó el envoltorio antes de tirarlo al inodoro. Tiró de la cadena y lo vio desaparecer; una vez que estuvo seguro de que no volvería a aparecer, salió del baño. Su lengua trazó los restos de chocolate en su boca, mientras su estómago dejaba por fin de gorgotear de hambre. Ahora mismo deseaba haberse quedado con Figg, al menos allí no le pegarían, ni le harían limpiar y tendría tres comidas. Era lo mejor de estar allí, aunque ella no se preocupara por él. Podía ver que apenas lo toleraba, a veces la veía mirarlo con rabia. Lo que él no entendía era que no era ira, no Figg estaba celoso por el hecho de ser mágico. Se le culpaba de algo sobre lo que no tenía control, fuera donde fuera.

THE VOW AND ITS CONSEQUENCES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora