Prólogo

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Un don

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Un don.

Papá solía decir que mi voz era un don. Un don que no muchos tenían, porque no cualquiera podía hacer brillar las estrellas con su voz como la mía lo hacía.

Su fe en mí fue lo que me alentó a intentar explotar ese don que había recibido, aunque a mamá no le gustara del todo. A lo largo de los años, ambos habían tenido discusiones en las que mi madre acusaba a mi padre de llenarme el cerebro de fantasías, porque el mundo real, no era tan fácil como él quería hacérmelo ver.

Aun así, papá no dejaba de decirme que soñara tanto como pudiera, porque mientras más deseara que algo se cumpliera, más rápido lo conseguiría. O eso era lo que decía cada que podía.

—Adivina qué te trajo papá.

—Ya no tengo ocho años, papá —rodé los ojos con diversión—. Solo enséñame lo que escondes en tu espalda y ya.

Él empezó a hacerme cosquillas con su mano libre, diciendo que era una hija malvada porque le recordaba que su pequeña iba creciendo y él no podía hacer nada para detener el tiempo.

—Ya... ya... ¡Para! —chillé sin dejar de removerme en el sofá.

—Quien no adivina, no obtiene regalo —sentenció él, girándose con intenciones de dejarme sola en la sala.

Alcancé a tomar su mano antes de que me dejará. —Deja el drama.

—Oh... —Llevó la mano a su pecho—. Iré a ver si mi hija imaginaria quiere adivinar conmigo —dramatizó.

—Está bien, está bien. Adivinaré. —Al escuchar eso giró, dejando entrever una sonrisita que delataba su dramatismo mal actuado—. Punto por el drama casi creíble —me burlé.

—Gracias —elevó su mentón con orgullo y yo reí—. Ahora adivina.

—Bien —moví mis ojos de un lado a otro, pensando en qué podía ser el regalo que había traído y decidí probar suerte—. Es... ¿Un gatito? —dije ilusionada.

Había estado rogando por uno desde hacía un año, obtuve las mejores calificaciones que podía tener —lo usual si alguien como Tania era tu madre y no aceptaba algo tan simple como un aprobado—. Con el promedio más alto de mi clase, consideré que quizás ella accedería a dejarme adoptar un gato como había estado pidiendo.

Incluso me encargué de buscar lugares donde podía adoptar uno, porque definitivamente el comprar una vida no era lo mío. Aun así, mamá se negó, pero eso no quería decir que no dejaba de pedirlo cada que la oportunidad se presentara.

—Dios, no —me miro con horror—. Tu madre me botaría de la casa si te traigo uno —hice un puchero con los labios y él sonrió al escuchar mi resoplido—. Vamos, sigue, ahora sabes que una mascota no es.

—Es una lástima —suspiré teatralmente y él sonrió al notar lo que intentaría hacer—. ¿Sabes? —elevé un poco mi tono de voz para que ella pudiera escucharme desde la cocina—, no hay mejor regalo para un hijo que un hermoso gatito al que darle amor.

Estrellas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora