Capítulo diecinueve

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¿Alguna vez te pusiste a pensar en cómo actuarías si conocieras a alguien que admiras? ¿Qué sería lo primero que harías? ¿Llorarías? ¿Gritarías? ¿Te desmayarías?

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¿Alguna vez te pusiste a pensar en cómo actuarías si conocieras a alguien que admiras? ¿Qué sería lo primero que harías? ¿Llorarías? ¿Gritarías? ¿Te desmayarías?

Muchas veces me puse a pensar cuál sería mi primera reacción, tal vez habría sido una mezcla de esas tres opciones. Pero, definitivamente, conocer a Elián no fue ni remotamente lo que habría imaginado.

¿Lo primero que quise hacer al escucharlo hablar? Ahorcarlo encajó como primera y única opción. ¿Por qué? La respuesta era sencilla. Aquel chico que había visto en pantalla no tenía nada que ver con el que tenía frente a mí en carne y hueso. No era más que la prueba viviente de que no todo es como te lo pintaba internet.

Y sí, puede que una parte de mí supusiera que aquello era una posibilidad, pero confirmarlo fue triste.

No dejaba de dirigirme sonrisas burlonas cuando me corregían en alguna parte de la canción. Su mirada de aburrimiento y constantes bostezos no hacían más que elevar mis nervios al mil por ciento y eso no hacía más que lograr que me equivocara en pequeñeces, lo cual era bastante triste y penoso a decir verdad.

En menos de una hora tuve que adaptarme al continuo sonido que hacía la suela de sus botas golpeando el piso para no perder los estribos. La sonrisita burlona que me lanzaba no hacía más que hacerme rodar los ojos constantemente.

¿Pero había algo peor? Claro que sí, porque el universo no siempre parecía estar de mi parte. La idea inicial de cómo presentaríamos la canción era seguir el video en acústico que había hecho la cantante principal en un dueto, ambos sentados en dos sillas altas casi juntas y los músicos detrás nuestro. Sin embargo, luego de dos pases Joey concluyó que nos sentía muy rígidos y no sentía ninguna conexión ­—que no era totalmente mentira, después de todo lo único que hacíamos Elián y yo era mirarnos mal el uno al otro, o al menos yo lo hacía, el solo me miraba divertido con mi malhumor—, por lo que terminaron pautando una especie de coreografía que consistía en juntarnos de vez en cuando, toques de manos y miradas de reto el uno al otro que me habían costado a mi que a Elián.

—Un pase con todo lo que añadimos y tomamos un descanso de diez minutos, pónganse en sus posiciones una vez más —pidió Joey y yo solo quería ir a tirarme a mi cama.

La música empezó a sonar a través del auricular que me habían puesto en el oído y tuve que esperar a que al décimo sonido de la guitarra terminara para empezar a cantar la canción que me sabía prácticamente de memoria.

Es difícil pensar —intenté rasgar un poco mi voz como me habían pedido antes de seguir—, que tu boca y la mía se puedan besar a diario.

Mi mirada se conectó con la de Elián y pude entrever un atisbo de reto a través de ésta, casi desafiándome a equivocarme otra vez en alguna parte de la canción. Le devolví una sonrisa llena de toda la seguridad que me pidieron transmitir y seguí cantando.

Estrellas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora