Capítulo ocho

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Algunas personas suelen decir que la vida está llena de riesgos, riesgos que debes decidir si puedes tomar o no

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Algunas personas suelen decir que la vida está llena de riesgos, riesgos que debes decidir si puedes tomar o no. Riesgos que podrían dar el resultado que menos esperas, pero si no los llegas a tomar, en un futuro podrías pensar qué podría haber pasado sí lo intentabas.

Basándome en esto último, fue que decidí ir a la segunda fase de la audición. No tenía mucho que perder —pues anteriormente me había resignado a no seguir con la música—, pero podría decirse que tenía mucho que ganar. Podría entrar al concurso. Podría ganar la oportunidad de intentar seguir mis sueños.

Y así fue como me encontré escabulléndome de casa un sábado a las seis de la mañana. Había dejado una nota en la mesa explicándole a mis padres que pasaría el fin de semana con Ela. Aunque para algunos podría sonar extraño, era normal pasáramos el fin de semana con la otra, al menos para nuestros padres lo era.

Lo que sí podría parecerles extraño, era el hecho de escabullirme tan temprano un sábado, pero tenté a la suerte y decidí salir antes de que me interrogaran y terminara soltando la verdad.

Aunque sabía que papá me apoyaría —tenía muchas pruebas y cero dudas de aquello—, no quería enfrascar a mis padres en una discusión por algo que tal vez no tendría buenos resultados. Cerré la puerta lo más despacio que pude y me apresuré a salir del edificio en un dos por tres.

Para mi buena suerte, el autobús estaba casi vacío y pude encontrar un asiento sola al costado de la ventana. Recargué mi cabeza en el vidrio y cuando iba a cerrar los ojos para intentar recuperar unos minutos de sueño, recordé que no había llamado a Ela para pedirle que me cubriera por el fin de semana si es que no tenía noticias mías al finalizar el día.

Saqué el teléfono de mi mochila y marqué su número sin ser consciente de la hora.

—Si no estás muriendo, ten por seguro que te asesinaré por despertarme —me saludó la ronca voz de mi mejor amiga al otro lado de la línea. Casi podría verla halando de sus mantas para tapar su cabeza y evitar los rayos de sol que se filtraban a través de sus cortinas.

—Ela, soy yo —le hice saber.

—Por supuesto que eres tú —gruñó para después soltar un suspiró—, de otra forma no habría contestado. La pregunta aquí es ¿Qué haces llamándome a las...? ¡¿Seis y media de la mañana?! ¡¿Quién eres tú y que hiciste con la Alya que aprovecha sus horas de sueño de un sábado tan temprano?!

Reí ante su incredulidad. Cualquier persona que me conocía a profundidad estaría igual que ella. Empecé a escuchar como divagaba sobre qué sucedía conmigo para despertarme antes de las nueve de la mañana de un sábado.

—Necesito que me cubras en algo —la interrumpí.

Su parloteo se detuvo casi al mismo tiempo que el autobús en el que estaba montada. En ese momento fui consciente que estaba muy cerca de mi parada final y los nervios empezaron a recorrer mi espina dorsal, logrando que el vello de mi piel se erizara y una leve capa de sudor empezara a cubrir mis manos.

Estrellas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora