Capitulo 24

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  En mi sueño, estaba sentado junto a otros niños frente a la puerta de la entrada del preescolar, bajo la mirada atenta de una de las maestras esperando a que vinieran a recogernos nuestros respectivos padres; era invierno y llevaba un Sweater de color verde cuyas mangas siempre me costaba doblar y por más que las subiera, seguían bajándose hasta cubrir mis dedos. Mis pies húmedos a pesar de estar metidos en botas de invierno mientras que la capucha de mi Sweater cubría mi cabeza en un intento por esconderme de la mirada atenta de la maestra. Sobre mis piernas estaba mi dinosaurio azul Blue, que había llevado para la actividad de "muestra y cuenta" del mes, donde mostrabamos algo para hablar de ello en clases.

  Ese día me habían castigado más temprano y aunque la debía, eso no impedía que mantuviera mi cara hecha un mohín.

  Cuándo Mark y yo éramos unos renacuajos, nos aburríamos a horrores a la hora del recreo durante la temporada lluviosa. La idea de chapotear en los charcos de agua y hacer barcos de papel para dejarlos correr en las canaletas era tan irresistible como inalcanzable, pues era prohibido salir al patio de juegos cuando llovía. Las maestras y cuidadoras se tomaban muy enserio evitar que nos resfriaramos y ensuciaramos, y el conserje estaba harto de limpiar nuestros desastres, en especial el de las temperas derramadas de la semana pasada, donde una niña se culpó a si misma y nos dió las suyas.

  Sobra decir que nos escapamos muchas veces por las ventanas, sin importar que tan altas estuvieran, ninguna era rival digna de dos niños revoltosos con ganas de jugar y hacer travesuras. Fue debido a nosotros que le pusieron pasadores de llave a todas, menos a las de los baños, pues esas eran para ventilación; a esas les pusieron reja al lado externo.

  Aún así, nunca nos dimos por vencidos. Siempre buscábamos momentos para escabullirnos e intentar nuevos escapes hacia la libertad: una distracción, un berrinche de alguien más, un bostezo, cualquiera podría ser el momento esperado para efectuar nuestra huida, como dos Indianas Jones escapando del templo de la perdición.*

  Ese día también nos habíamos escapado, pero no era ese el motivo de mi castigo, sino más bien una cuestión de venganza infantil. Había un niño a quien todos llamaban "el gran Billy", pues tenía la corpulencia de un niño de ocho años, quien a menudo aprovechaba su tamaño para amedrentar niños más pequeños que él. Un día antes se había ensañado con Mark escondiendo un refrigerio robado en su mochila, acusándolo injustamente con las maestras, y a pesar de la falta de evidencia, sabíamos que la risa de satisfacción y picardía del gran Billy era prueba suficiente.

  Si algo había aprendido con Tyler era que las mejores venganzas eran las que se servían frías.

  Ese día el gran Billy había destinado como objeto de su diversión a una niña pequeña y regordeta de coletas que pertenecía a otro salón, la misma que nos había salvado a Mark y a mí del desastre de las temperas la semana anterior. La había visto varias veces en los pasillos y el bebedero, siempre sola y con la cabeza hacia abajo, con aspecto de estar de mal humor. No sabía su nombre, pero la llamaban "la abandonada", "la recogida" y "la abuela"; los primeros apodos ignoraba su motivo, pero el último era evidente, pues solían vestirla con enormes vestidos de volantes de aspecto incómodo, como si fuesen los que escogería una anciana para ir a la iglesia los domingos. El gran Billy le había robado un libro de colorear, y justo cuando se burlaba del pequeño tamaño de su contrincante manteniendo el dichoso libro sobre su cabeza, me acerqué por la espalda y le vacíe todo el contenido de un frasco de hormigas rojas dentro de su camisa.

  A pesar de tener que limpiar y recoger los juguetes del salón durante una semana como castigo, en ese momento aún me pareció que valió la pena, aunque también pensé que cuando se lo dijeran a mi madre podría reconsiderarlo.

Los Chicos Guapos También LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora