Capítulo 28

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  Me fuí a casa a toda prisa, procurando llegar antes que comenzará a llover con fuerza. Mientras iba subiendo las escaleras me alboroté el cabello para secar las gotas de agua que se habían quedado en las hebras.
 
  Cuando saqué mi llave para abrir, noté el bulto frente a la puerta.

  Estaba sentada abrazando sus rodillas a su pecho, con su espalda apoyada en la puerta. Sus ojos estaban un poco irritados al igual que su nariz, y su cabello más alborotado que nunca.

  —No sabía dónde ir —musitó Kris, dejando entrever la mirada de un cachorro herido.

  Odio cuando las chicas lloran.

  Un exceso de lubricación ocular no hará que consigan lo que quieren automáticamente. Siempre lo consideré una forma de manipulación barata.
 
  Pero supe que ese no era el caso. La chica frente a mí no estaba llorando por mí ni para mí, ni me estaba pidiendo nada. Lo único que buscaba, era un lugar seguro donde llorar en paz.

  Me agaché frente a ella poniendo mis cosas en el suelo.

  ¿Que se suponía que se hacía en esos casos?

  ¿Abrazarla? ¿Decirle que todo estaría bien? ¿Decirle un "ya, ya" mientras le daba palmaditas?

  ¿Qué?

  Era curioso que detestara el llanto en los demás, que me ocasionará tanto rechazo e incomodidad ver esa vulnerabilidad y hasta cierto punto intimidad en otros, pero no en Kris.

  Aunque si me dolía verla así.

  Decidí levantar un poco su mentón con mi mano para verla a los ojos, y le sonreí con tristeza.

  —Seré tu lugar seguro las veces que quieras —susurré.

  Una lágrima cayó sin permiso por su mejilla. La limpié con mi pulgar.

  El sonido del fondo del pasillo nos alertó que algún vecino se aproximaba.

  —Ven, entrá —dije tomándola de los hombros para ponerla de pié.

  Tomé mis cosas y su mochila en un hombro, haciendo malabares para abrir la puerta y dejarla pasar, antes de dejar que se cerrará detrás nuestro.

  Se sentó en mi sofá, coloqué las cosas en la mesa del comedor y tomé un servilletero que llevé a la mesilla. No tenía pañuelos desechables, pero eso debía servir. Preparé algo de té a prisa, llevé ambas tazas y le dí una que sujetó con ambas manos, sentándome a su lado y dándole un sorbo a la mía antes de colocarla en la mesilla.

  Me pasé la mano por el cabello.

  —Mm..  ¿Quieres hablar de ello Austen? —pregunté.

  Guardó silencio por unos segundos.

  —¿Sabes? En realidad siempre supe que sería así —respondió sin mirarme—. Ya sabía que solo me vería con una amiga, y que estás semanas que se comportó más dulce, solo lo hizo por condescendencia.

  —Tal vez aún hay opciones, tal vez si lo intentas de nuevo...

  —No Ángel, no más —me interrumpió—. No voy a convertirme en una de esas chicas, no soy así.

  Lo entendía.

  —¿Te dijo por qué? —pregunté después de un momento.

  —¿A que te refieres?

  —Que si te dijo el por qué de su respuesta, no sé.

  Tomó un sorbo de su té antes de contestarme.

Los Chicos Guapos También LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora