Capitulo 30

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  La piel de Kris era completamente suave, y al abrazarla por la espalda su cuerpo se amoldaba perfectamente al mío, como dos piezas de un rompecabezas.

  Había acariciado cada centímetro de su piel a mi alcance, tocando cada parte de su pequeño ser, escuchando gemidos que solo había imaginado en mis más morbosos y recientes sueños.

  Había sido increíble, y lo mejor, es que había sido mutuo, pues había alcanzado el clímax tanto como yo.

  Su olor estaba en mi piel, en mis manos, en mi cara, en todo mi ser. La abracé más cerca.

  Con gentileza, Kris se deshizo de mi abrazo.

  Se sentó en el sofá y tomó mi camisa para ponérsela mientras buscaba su ropa, que había terminado tirada por todos lados.

  —¿Kris? —llamé con suavidad.

  —Yo... Debo irme. Mis abuelos van a matarme por lo tarde que es.

  Tenía razón, se preguntarian donde estaba, y dentro de poco estarían muy alarmados. Me levanté, me puse mi pantalón y cogí una de sus prendas, reprimiendo el impulso de quedarmela.

  —Creo que buscas esto —dije tendiendole su sostén, sin poder ocultar una sonrisa de medio lado.

  Su cara se puso completamente roja mientras lo tomaba. Cogí su mano y la obligue a mirarme.

  Sus ojos estaban chispeantes, eléctricos. No era difícil saber qué es lo que estaba pensando.

  —No quieres irte realmente, ¿Verdad? —dije colocando mi mano en su mejilla.

  —Yo... —dudó—. Debo irme —repitió.

  Solté su mano, se puso su ropa a toda prisa y me devolvió mi camisa. Me agaché para ayudarle a atar los cordones de sus zapatos.

  —Te iré a dejar —ofrecí cuando terminaba de hacer el nudo de su zapato izquierdo.

  —¡No! Yo..  quiero irme sola —dijo.

  Una sensación fría me recorrio el cuerpo.

  —¿Que ocurre Kris? —pregunté—. ¿Hice algo que no te gustará?

  Le había ido preguntando que tal se sentía con una cosa u otra, explorando su cuerpo mientras media sus reacciones para garantizar que las disfrutaba, pero igual era posible que le hubiera desagradado algo.

  —No, no es eso. Fuiste muy dulce —murmuró—. Bastante dulce.

  —¿Entonces, que ocurre?

  Se agachó y me besó con ternura en los labios, para luego mirarme a los ojos.

  —Que los amigos no hacen esto, Ángel —contestó en un susurro.

  Antes que pudiera reaccionar, tomó sus cosas y salió por la puerta.

  Me quedé tal como estaba, sin camisa y con una rodilla en el suelo, donde había atado las agujetas de sus zapatos.

  ¿Que carajos había sido eso? ¡Pero si ella fue la que insistió! ¿Que había hecho para que se alejara así?

  No entendía una mierda.

  Sabía que lo había disfrutado tanto como yo. Una chica podía fingir perfectamente sonidos, eso lo sabía muy bien, no era tan ingenuo, pero no podía fingir contracciones de sus músculos de esa forma, mucho menos de los pélvicos* cuando alcanzaba el punto máximo de placer, y aún menos si iban acompañados de... Fluidos corporales.

Los Chicos Guapos También LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora