Capítulo 39

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  Mis pasos me llevaron bajo el árbol donde salía almorzar con Kris. Me sentía extraño, pero no de mala manera como cuando te comienza a dar fiebre, sino más bien como la sensación que te queda después de vomitar: es horrible, tu cabeza duele, la ganganta está en llamas y tú boca es un asco, pero sabes que algo se acabó, y que el mal rato valió la pena por la sensación de alivio que le sigue.

  —¿Por qué corres? Es difícil alcanzarte —dijo Kris sin aliento a mis espaldas. Su cabello ya había reclamado el territorio de su cabeza que por ley de la selva le pertenecía, y traía una bolsa de tela en su hombro. Sus mejillas estaba rojas y su respiración agitada.

  —En realidad venía caminando rápido, pero tú eres como Pitufina* —bromeé sonriendo.

  —Pitufina tu abuela —dijo dejándose caer a mi lado.

  Nos quedamos en silencio apreciando la vista nocturna desde donde estábamos. El cielo hacia gala de sus cortinas de nube, tras la que se apreciaba una luna reluciente, anunciando que el invierno llegaba a su fin.

  —Lamento haber huido cuando ya habíamos quedado de hablar después del show —me disculpé.

  —Esta bien. Creo que cualquiera habría hecho lo mismo —razonó—. ¿Estás bien?

  Lo reflexioné antes de contestar.

  —Creo que comenzaré a estarlo.

  Un grillo comenzaba su canción desde la distancia.

  —Gracias por la canción —dijo con timidez. Sonreí de medio lado.

  —Me alegra que te gustara, aunque no haya sido perfecto.

  —No tiene que serlo, eso lo hace todavía más especial —dijo. Jugó con sus manos, dudando.

  —Se que quieres preguntar algo, hazlo, de verdad estoy bien —invité.

  —¿Lograste despedirte de ella? —preguntó insegura.

  —Si, lo hice —confirmé—. ¿Que hay de ti? ¿Lograste despedirte de tu amiga?

  —Creo que desde que escribí esa historia lo hice de verdad.

  Una solitaria luciérnaga se posó el la punta de una hoja.

  —La ví —confesé.

  —¿A quien?

  —A mi madre, o creí verla por un momento.

  —Tal vez si era ella.

  —Tal vez. Se miraba en paz —añadi.

  —Seguro que ahora lo está.

  —¿Sabes a quién más vi en el público? —pregunté.

  —¿A quien?

  —A mi padre.

  —¿Igual que con tu madre?

  —No, el realmente estaba ahí en carne y hueso.

  Se preocupó.

  —¿Estás seguro? Tal vez solo se parecía.

  —No, créeme, era el. Estaba del brazo de una chica, creo que era una reportera. Me reconoció, pero creo que no esperaba encontrarme ahí. Nunca le dije donde estudiaba.

  —Ay, Ángel, lo siento —dijo poniendo la mano en mi hombro.

  —¿Sabes que es lo más extraño? Que me di cuenta que no tiene sentido.

  —¿Que cosa?

  —Que todos estos años he seguido pensando en él, temiendo a cosas que ya pasaron, y... Es estúpido dejar que el recuerdo de una persona que ya no está en tu vida, te siga controlando.

Los Chicos Guapos También LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora