Capítulo 27

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  A medida que crecía, fueron muchas las veces que en secreto desee que mi madre estuviera conmigo. No la versión deformada por el rencor, el alcohol y la decadencia, sino la versión de mi primera infancia, la de los vestidos blancos y calidez maternal. A veces, me imaginaba cómo sería llegar a casa y encontrar su olor a frutas y sonrisas dándome la bienvenida. Imaginarla era como una jugarreta clemente y a la vez tortuosa de mi mente, que solo acrecentaba la sensación de vacío en medio de las cuatro paredes. Fueron muchas las veces que la necesité y tuve que conformarme con su recuerdo y la culpa.

  Como cuando estaba aprendiendo a cocinar y el resultado de mis experimentos poseían sabores indescifrables. También cuando me daba fiebre y tenía que cuidarme solo, o al fracturarme usando la patineta y hacer malabares con un brazo para cuidar el apartamento y a mí mismo, o cuando había tenido un mal día y llegaba con mis ánimos por el suelo. A veces imaginaba que salía a mi encuentro y aunque intentará ocultar mi malestar, ella se percataría que estaba mal con ese sexto sentido de las madres que escanea tu alma con una mirada.

  Esa noche, también desee con fuerza que estuviera conmigo.

  Me imaginaba que lo que me había pasado en Elfo's era algo que le habría comentado a mi madre, ya sea para quejarme, buscar alivio o consejo, o tal vez solo para expulsar la melodía angustiosa que esa noche había en mi interior.

  En cambio, una vez más me encontré con las paredes vacías.

  Unos brillantes ojos ambarínos me miraban desde la oscuridad, acercándose a saludarme enrollando su cola en mi pierna.

  Tal vez no estaba tan vacía la casa como antes.

  Acerqué mi mano a su cabeza con precaución, esperando que se apartara. Cuando no lo hizo, lo acaricié con lentitud, ronroneando.

  Era un gato muy listo, noté.

  De alguna manera extraña sabía identificar como me sentía, a pesar de mis intentos por reprimirlo para hacerme creer que estaba bien.

  Cada vez que me había sentido triste, esa bola de pelos hacia a un lado su odio, para de alguna manera, consolarme a su manera, subiéndose a mi abdomen, acariciandome con su cola, su ronroneo... el gato, sin poder hablar, me emitía su sensación de calma.

  Recordé las palabras de Alyona y de Joshua.

"No sólo hace falta tener una imagen de lo que escribes, debes sentirla" había dicho Joshua.

  ¿Acaso el gato no había sentido que estaba triste y confundido, y me había transmitido algo?

  ¿Acaso lo que yo sentía en ese momento, no era justo lo que había estado buscando? ¿Sentir para escribir?

  ¿Hasta quien quería hacer llegar lo que sentía?

  Tomé mi guitarra, mis audífonos, mi cuaderno de partituras y comencé a escribir.

  Esa noche, por primera vez, me vertí a mi mismo en los sonidos y las letras.

  Por primera vez, realmente compuse, compuse de verdad.

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  A la mañana siguiente, me desperté con el estómago rugiendo y con la ropa del día anterior aún puesta. Había compuesto hasta que me había quedado exhausto. Revisé mi teléfono y me di cuenta que eran más de las 9:00 am. Si me daba prisa, llegaría a la clase de 11:00 am.

  Kris, Mark y los chicos de mi banda me habían dejado algunos mensajes y llamadas. Todos los de esa mañana eran para preguntarme si estaba bien, pero al retroceder a los de el día anterior, encontré otros mensajes de Kris que me hicieron incorporarme de golpe.

Los Chicos Guapos También LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora