Epílogo

40 7 8
                                    

Un año después.

  Caminaba con una mano en el bolsillo de mi sudadera, pasando por las hileras de árboles. Los lirios blancos en mi otra mano los había comprado más temprano y los llevaba con cuidado para no estropearlos durante el camino.

  Las hojas rojizas en algunos de los árboles avisaban la pronta llegada del verano.

  Me aproximé a la figura frente a la tumba de mi madre, colocandome a su lado para depositar las flores.

  —¿Y Lily? —pregunté.

  —En casa haciendo tareas —respondió. Me había visto llegar.

  —¿Sola?

  —Puede cuidarse por su cuenta —espetó Tyler—. Y ahí están sus amigas y la señora del aseo —añadió más bajo.

  Desde hace un año había comenzado a soltarle un poco más la cuerda, permitiéndole quedarse a dormir con sus amigas, dejándola salir al cine o a jugar con ellas si había un adulto encargado, y las visitas a mi casa se habían flexibilizado un poco. Hasta había estado de acuerdo en comprarle un celular, y aunque no tenía más redes que el WhatsApp y correo a los que el tenía acceso, eso ya era un enorme avance.

  —¿Hace cuánto vienes acá? —preguntó.

  —Empecé hace un par de meses. La psicóloga dijo que ya estaba listo para intentarlo, así que le hice caso.

  —¿Tu con un loquero? Siempre supe que terminarías con uno —respondió con sorna.

  —Di lo que quieras, pero me sirve —respondí con calma—. Deberías probarlo alguna vez.

  —Yo no lo necesito.

  —Puede ser —respondí con la misma calma—. Sabes, ahora que lo pienso, nunca te di las gracias.

  Me volvió a ver cómo si fuera un bicho raro.

  —¿Las gracias? —preguntó frunciendo el seño.

  —Si, por el billete y el número de la abuela que dejaste en mi habitación el día que se mudaron.

  —No sé de qué hablas.

  —Ya sabes. El billete doblado dentro del frasco, el que tenía un número de teléfono garabateado y que dejaste en mi habitación oculto cerca de la ventana por si yo volvía. Siempre creí que fué Lily, por la letra, pero hace poco me puse a pensarlo, y no pudo ser ella. Fuiste tú.

  —Deberias pedir que te devuelvan tu dinero, estás mas loco que antes.

  —No, no lo estoy —dije con calma—. Verás, me despistó el número garabateado, porque parecía escrito por un niño, pero Lily nunca había visto a la abuela, mucho menos podía saber su número, ser capaz de robar dinero o pensar con tanta lucidez en que la abuela sería la única persona que podría ayudarme haciéndose cargo de mí.

  Lo volví a ver de reojo, pero su cara era hermética.

  —Tu dejaste ese billete dentro de ese frasco porque sabías que yo intentaría volver, y/o le pediste a Lily que escribiera el número de la abuela o lo hiciste tú fingiendo la letra. Tu razonaste que ella tendría la capacidad económica y carga moral para ayudarme. Además, solo tú sabrías que ese frasco con esa uñeta era importante para mí. Lily ni siquiera sabía quién era Gun's And Roses.

  Seguía sin responder.

  —Sabes, durante mucho tiempo te juzgué. Pensé que eras un idiota malvado que hacía todo lo que le dijera papá, pero en realidad sólo era instinto de supervivencia. Eso, y que fuiste tú quien maduró primero, haciendote cargo de Lily cuando solo eras un adolescente. Sin amigos, sin tiempo para salir a divertirte o tener novia —dije enumerando con los dedos—. Tu vida se volvió estudiar, trabajar y criar a una niña, mientras yo salía, patinaba y me divertía. Incluso ahora, tu vida es tu trabajo y Lily.

Los Chicos Guapos También LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora