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➝ Capítulo tres


El color morado jugó con el negro de la pared. Yendo y viniendo como una hermosa melodía de alguna canción. Primero se deslizaba como si fuera una pintura cayendo a cascadas y luego subía hasta el techo, perdiéndose en los bordes de colores anaranjados y amarillos de la tarde. Mi corazón latió con fuerza en mi pecho y acostado en la cama, levanté mi mano derecha hasta los ladrillos fríos. Toqué la pequeña luz morada con mi dedo pulgar y tragué saliva siguiendo el resplandor que se formó en mi piel blanca.

De repente, escuché una explosión en el más allá. En mi cabeza comenzó a sonar un violín tan melancólicamente que mis ojos ardieron y mi corazón se destruyó en mi pecho dándome arcadas de dolor, dolores que me sacudieron por todo el cuerpo. Y me sentí caer como la lluvia desde el cielo y las hojas marchitas desde los árboles. Me perdí. Me perdí cuando la pequeña y diminuta luz morada adquirió otros colores, rojo, naranja, amarillo, celeste, azul y luego, violeta. Un arcoíris.

Había un arcoíris en la pared de mi habitación. ¡Un maldito arcoíris cuyas explosiones de colores desbordaban el negro intrínseco de todo mi entorno! Como un ángel en el infierno, como un ave debajo de un ciervo o una liebre abrazada a un lobo feroz. Como el planeta tierra en el universo.

La emoción me tiró en la montaña de Geumjeong-Gu. Podía ver el paisaje primaveral en frente de mí y me estremecí de pies a cabeza cuando el viento fresco de la tarde golpeó en mi rostro. Bajo los escasos rayos del sol de la primavera, cerré los ojos y respiré profundamente conteniendo todo ese aire helado en mis pulmones. Se sentía tan bien. Tan malditamente correcto el respirar puro por primera vez en años de encierros sin estar rodeado de la naturaleza.

Sonreí caminando hasta los bordes del prado lleno de flores rosas y abrí los ojos cuando miré a la única flor roja en el centro. Sola. Estaba sola, pero se sacudía con el viento y sus pétalos bailaban en melodía del agua cayendo desde la cascada al otro extremo. Cuando levanté la vista al cielo celeste, mis ojos comenzaron a lagrimear a medida que detrás de las nubes aparecía un arcoíris. Aquel se veía tan hermoso y único, jamás había visto uno tan de cerca y ansiaba llegar al final para descubrir a los pequeños duendecitos escondiendo la bolsa de oro. Corrí con la esperanza de llegar hasta allí. Mi corazón subía y bajaba al ritmo de mis pisadas sobre el césped verde consumido de rocío y mi cabello morado como las flores de lavanda se movían de un lado a otro.

¡Te voy a alcanzar! Gritaba mi corazón. Solté una carcajada mientras corría y me sentía tan feliz, emocionado y malditamente eufórico. Los pequeños pájaros volaron alrededor de mí cantando alguna canción y comencé a dar pequeños saltos estirando mis manos, giré y giré riéndome con una sonrisa gigante. Las mariposas aletearon sus alas alrededor mí y la paz me consumió tirándome al césped en un instante. Cansado miré al cielo, al arcoíris y a los pequeños pájaros. Jadeé en busca de aire por lo cansado que me encontraba y feliz moví mis manos de arriba abajo sobre el pasto como si estuviera en la nieve. Y cuando dejé de sonreír, me giré mirando hacia la flor roja a mi lado. ¡No estás sola, pequeña! Le dije.

El sonido del timbre me sacó de la ensoñación.

Me estremecí encontrándome nuevamente en mi oscuro departamento desteñido tendido sobre la cama fría. No había un prado lleno de flores, ni cielo celeste, ni arcoíris, ni pájaros o mariposas, ni mi cuerpo sintiéndose libre de mis demonios internos. Sólo... solo estaba yo y la pared vacía, oscura. El pequeño destello de luz que alguna vez formó un diminuto arcoíris minutos atrás, se había marchado.

Tragué en seco mirando a la nada y me abracé a mi mismo mientras el timbre seguía sonando y sonando. Estaba tan cansado, solamente quería estar solo y que nadie estuviera interrumpiéndome.

Eoduun • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora