➝ Capítulo 33No sabía cómo sentirme. Ese malestar dentro de mi pecho se había convertido en una parte de mí como si fuera un órgano más, así que me había acostumbrado tanto a esta anomalía que ya no la sentía. El dolor se había vuelto soportable y mi corazón latía porque tenía que latir. Habían pasado tantos días de sol, que no llevé una cuenta exacta de cuando escapé de mi vida hikikomori para meterme dentro de la realidad. Mi realidad. Una realidad neblinosa que sólo se aclaraba cuando los vehículos dejaban de conducir en la acera y las estrellas brillaban en el cielo a pesar de tanta iluminación en la ciudad.
Los grandes edificios se habían convertido en mis mejores amigos, de hecho. Mientras estaba acostado en mi lugar favorito en The Bay, me gustaba pensar que aquellos gigantescos tenían una vida propia y que algún día se levantarían de allí comenzando a caminar alrededor de la ciudad, huyendo de aquí. Me gustaba pensar también, que aquellos chusmeaban entre ellos sobre todas las historias que vivían en sus pisos y después me las contaban a mí. Me hacía sentir menos solo y acompañado.
Era ridículo de decirlo, incluso. Pero pensar en esas estupideces me había mantenido cuerdo de no sujetar mi mochila y regresar a la jaula de oro de la que me había escapado, aquel palacio tecnológico que todavía me llamaba diciéndome que volviera allí y bebiera una copa de vino en el trono. No. Yo no podía permitirme volver. Yo sabía que, si volvía a allí, no saldría nunca más. Era algo definitivo. Y yo no quería no salir jamás, me gustaba este lugar. Me gustaba mirar a la gente yendo a sus trabajos temprano por la mañana y después volverlas a ver cuando regresaban tarde por la noche, cansadas. Apreciaba escuchar las miles de conversaciones ajenas a mi alrededor y observar a los jóvenes patinando en la pista de patinaje a metros mío.
Me gustaba estar aquí acostado en esta banca cómoda debajo de un árbol artificial cuya sombra era fresca y reconfortante. Yo era un ente invisible aquí, nadie se había dado cuenta de mi presencia en los tantos soles que pasaron desde que hice de este lugar mi nuevo hogar. La gente pasaba por mi lado ajetreada, los automóviles no se detenían nunca y la tierra giraba y giraba. Nadie se había dado cuenta de mi presencia y del nuevo indigente que se había instalado en esta enorme ciudad. Yo sólo era un coreano más del montón viviendo en la capital de Busan.
Y era gracioso porque de ser un hikikomori temiendo la luz de la vida, me convertí en una fuente de energía para la luna en la realidad. No me importaba, de todas maneras.
Porque todo estaba bien.
Ni siquiera sabía que estaba pasándome o que estaba haciendo, como iba a continuar y buscar alguna motivación para mi nueva vida, pero todo estaba bien.
Muy bien.
Yo estaba bien, ¿verdad? Eso era lo importante.
Yo estaba bien.
La comida era buena. Me gustaba el sabor del curry del carrito de comida callejero que solía colocarse a la vuelta de la calle cerca del río y el agua no me faltaba; de los grifos públicos de The Bay salía muy fresca. Me iba a dar una ducha una vez cada dos días en el baño sanitario que quedaba a unas calles de aquí y luego me la pasaba holgazaneando acostado en esta banca de madera sobre mi almohada escuchando música en Spotify hasta que me dormía y nacía otro nuevo día, entonces todo volvía a repetirse de nuevo.
Mi corazón quizás dolía, pero llegué a un punto en el que me acostumbré tanto al dolor que ya ni siquiera lo sentía. Los pensamientos oscuros habían sido reemplazados por alienígenas luchando en el espacio exterior y mi aburrimiento se esfumó entreteniéndome mirando las películas que pasaban en las pantallas gigantes de los edificios.
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Eoduun • Jikook
FanficEl gobierno nacional de Seúl emprende un nuevo proyecto de protección y asesoramiento a sus habitantes que, por alguna razón, se aislaron de la sociedad para no salir nunca más de sus hogares. Park Jimin, quien experimentó de todo en su vida, es asi...