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➝ Capítulo 23

Estaba temblando mucho. Quizás podría culpar al frío del invierno que estaba a pocas semanas, pero no era ese el caso. Me di cuenta que yo solía temblar mucho cuando algo no estaba bien o me encontraba muy nervioso como para enloquecer. Creía que por eso ahora sentía que tenía a un enorme elefante aplastándome y a una gran soga rodeada en mi cuello que no me dejaba respirar. Comprendí también que, me mordía las uñas a menudo que se acercaba un colapso oscuro en mi mente; razón por la que mis dedos últimamente se veían feos con una manicura mal cuidada. Era ridículo incluso pensar que podría estar expuesto a otro ataque de pánico, porque el lugar en donde me encontraba ahora era seguro, lástima que no podía disfrutar con excelencia este viaje.

Mi estómago se había hundido y la bilis subió a mi garganta cuando mi hermano de alquiler encendió la pequeña camioneta y las ruedas se pusieron en marcha. Habían pasado años desde que me subí a un vehículo, por lo que la sensación era exorbitante y rara, me hacía recordar a cuando Mía movía el colchón para despertarme y tirarme al suelo— cualquiera que hubiese visto aquello último pensaría que yo estaba siendo víctima de una actividad paranormal—. A pesar de que el rubio conductor hizo lo posible para hacerme sentir tranquilo, no estaba funcionando y me odiaba por eso. Las canciones en el reproductor se escuchaban lejanas y mis ojos estaban perdidos en las pocas estrellas del cielo morado, los dedos de mi mano derecha estaban entre mis dientes delanteros y yo temblaba como si me estuviera congelando.

—Lo-lo siento, Jimin —logré murmurar cuando tragué en seco, a punto de enloquecer. Sacando los dedos de mi boca, los apreté en un puño fuerte sobre mi regazo y reprimí una oleada de furia, decepción y dolor. ¿Por qué no podía hacer algo bien? ¿Por qué no podía actuar como una persona común y corriente? Se suponía que el trayecto hasta el refugio de Jimin sería emocionante, nos había imaginado cantando canciones, riéndonos y quizás robándonos algunos besos, pero yo no había dicho nada desde que me subí al asiento del copiloto abrazando mi mochila con fuerzas, escondiéndome debajo de la gorra con visera y el cubreboca—. Yo, yo realmente lo siento. Esto está siendo muy difícil para mí.

Mis orejas se pusieron coloradas y comenzó a dificultarme el respirar, por lo que me quité el cubreboca guardándolo en el bolsillo de mi campera y abrí la ventanilla, el viento freso que golpeó en mi cara se llevó las gotas de sudor en mi frente. Cerré los ojos apretándolos con fuerza y mordí mis labios reprimiendo un quejido de dolor junto al llanto, yo no quería llorar más. Estaba cansado de llorar a cada rato, estaba jodidamente harto, pero me dolía tanto el pecho.

Ni siquiera me di cuenta cuando la camioneta se detuvo en medio de la carretera oscura y los brazos de Jimin me acorralaron en su pecho, me sacó la gorra y acarició mi frente quitándome el sudor.

—¿Quieres regresar a tu departamento?

Por más que quería decirle que sí, negué con la cabeza. Ese día que había aceptado su oferta de pasar el fin de semana en su casa para conocer el refugio, yo había estado tan decidido de avanzar y conocer a personas nuevas como me lo había sugerido la psicóloga, que no me costó decirle que sí. De todas maneras, las palabras y las acciones eran completamente diferentes. Por más de que me había preparado mentalmente de que conocería a más seres humanos a parte de Jimin, hablaría con la familia de Jimin y por, sobre todo, estaría en la casa de este último... ahora sentía que toda esa preparación no estaba sirviendo para nada. ¿Qué había hecho mal?

Encerrarte por largos seis años, quizás.

—Es normal —escuché que él rubio me dijo—, estuviste dentro de tu espacio por mucho tiempo y fueron pocas las personas con las que trataste, es normal que te sientas nervioso y te autoprotejas, pero déjame decirte que en mi hogar nadie te hará daño.

Eoduun • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora