Lluvia.
Ella es la verdadera protagonista desde hace unos días. Está cayendo con fuerza sobre las calles de Los Ángeles. Cada gota parece empeñada en recordarnos su existencia, y el cristal empañado de la ventana de la cafetería donde nos refugiamos es la prueba viva de su insistencia. A veces un trueno corta el aire, profundo y vibrante, como si quisiera subrayar el caos allá afuera.
Dentro, sin embargo, todo es calidez. La pequeña mesa que comparto con Cameron y Devorah está rodeada por el suave aroma del café y el murmullo acogedor de otros clientes. Cameron está enfrascado en un debate sobre la vida útil del paraguas barato que compró esta mañana (spoiler: ya ha muerto), mientras Devorah le mira con esa mezcla de diversión y lástima que tan bien domina.
—Ya te he dicho que no duraría ni cinco minutos con este clima— comenta Devorah, tomando un sorbo de su latte con toda la dignidad del mundo.
—A durado seis minutos y medio, gracias— responde Cameron, indignado, mientras sacude el inútil paraguas, dejando caer pequeñas gotas en el suelo.
—¿Puedes dejar de esparcir charcos? Pareces un golden retriever mojado— le regaño, mientras hago el intento de no reírme demasiado fuerte.
Otro trueno retumba a lo lejos, y mi atención se dirige a la ventana. Las gotas de lluvia se deslizan con rapidez, formando pequeñas carreras entre sí, y por un momento, dejo que mi mente divague. Hace solo unos meses, el mundo era completamente distinto: San Francisco, mi padre y Charlotte no iban a tener un hijo... Ahora todo es distinto. Universidad, Los Angeles, amigos nuevos, novio...
—¿Qué miras? —pregunta Cameron, apoyando el mentón en su mano y siguiéndome con los ojos.
—Nada, solo el espectáculo climático gratuito que nos están dando. Es como una película de catástrofes, pero sin el presupuesto para los efectos especiales— respondo, intentando no dejar traslucir el peso que aún siento en el pecho.
Devorah sonríe, pero no dice nada. Ella siempre sabe cuándo dejarme espacio, y lo agradezco.
—Al menos estamos secos, y con café— declara Cameron, alzando su taza como si brindara por su propia supervivencia.
—Por poco, considerando que trajiste el paraguas más inútil del planeta— le pincha Debbie, riéndose al final.
Otro trueno sacude el cielo, esta vez más cerca, y me encuentro observando las luces intermitentes del relámpago reflejadas en los charcos de afuera. La tormenta ruge, pero dentro de esta cafetería, entre las bromas y la calidez de mis amigos, me siento a salvo.
Devorah deja su taza con un golpe suave sobre la mesa y, con ese brillo teatral que siempre se le enciende en los ojos cuando su imaginación vuela, dice:
—¿Os dais cuenta de que esto es el principio de War of the Worlds?
Cameron y yo nos giramos hacia ella al mismo tiempo, con expresiones que van desde la incredulidad hasta la resignación. Si alguien puede convertir una tarde de lluvia en un apocalipsis alienígena, esa es Devorah.
—¿Me vas a decir que no lo has pensado, Alisa? —insiste, señalando hacia la ventana como si el diluvio fuera una pista irrefutable— Las tormentas, los truenos... Solo falta que de esos rayos empiecen a salir trípodes gigantes que nos desintegren con un rayo láser.
Cameron da un sorbo a su café y se echa hacia atrás en su silla, alzando las manos como si rindiera cuentas al destino.
—Perfecto. Justo lo que necesitábamos. Primero, mis paraguas traicioneros, y ahora, una invasión alienígena. ¿No pueden elegir otro día? Estoy agotado.
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Somos como estrellas (REESCRIBIENDO)
Novela JuvenilAlisa Jones creía que lo sabía todo. Sabía que la universidad era su renacer, un refugio donde las sombras de su pasado no podían alcanzarla. Sabía que su mejor amigo, Cameron, era su puerto seguro, el único constante en un mundo lleno de caos. Sabí...