Capítulo 7
No volví a mi habitación, estaba tan absorta en mis pensamientos que lo único que quería era escapar a un sitio donde estuviera sola y así, aclarar mis ideas.
Pedí la cena en un restaurante conocido que no quedaba tan lejos del campus. Mis patatas fritas me sonrieron en su plato, humeantes y me hicieron creer que estar en la tierra no era tan malo. Por supuesto que eso solo duró algunos segundos.
Me había herido el orgullo, me habían lastimado por descubrir algo tan íntimo. Un plan magníficamente perfecto ya descubierto por Zeus. Por supuesto, nada puede escapar de sus perfectas manos. Ahora comprendo el cierto rencor que le tiene mi padre, Hades.
Un rencor mínimo, pero un rencor al fin.
Dante era hijo de Hera y Zeus, era una presa perfecta, hermosa, inolvidable. Aunque tenía ganas de conquistarlo, lamentablemente me llevé la peor parte, porque a la que conquistó fue a mí. Todo se me fue de la mano, no sabía que el amor podía ser tan fuerte como para obsesionarme de esa forma.
Ni yo me lo esperaba.
Cabe mencionar que obsesión y amor son cosas completamente distintas, pero en este caso...ya no sabía diferenciarlos. Todo se había mezclado.
Y ahora con la aparición de Amenadiel complicaba aún más las cosas. No sabía qué hacer con él ¿asesinarlo?¿Mutilarlo y enterrarlo? Ya nada tenía sentido si todo el Olimpo estaba enterado de mis futuros planes.
Si sacrificaba a Dante podía ser una entrada al Olimpo porque podría tomar su alma y entregársela a Zeus. Lo haría hacer pasar por un suicidio por amor.
Dante me amó tanto, yo no le correspondí y se suicidó por amor. Sencillo, limpio. Sería una diosa. Fin. Quería encontrar una salida antes de que mi madre decida regresarme al inframundo y mi salida era Dante, el hermoso hijo de Zeus.
Comía mis papas, con la mano para más placer, mientras observaba la calle nocturna iluminada por los altos faroles. Dejé algo de propina en la mesa junto con el pago y me marché al terminar. Ya era demasiado tarde, mañana tenía clases.
Salí del restaurante y el frio me envolvió una vez más. Hundí las manos en mi bolsillo, empezando a caminar. Observaba, entretenida, mi aliento volviéndose humo en el aire.
Sólo era cuestión de tiempo que mi madre se enterara de mis intenciones en la tierra. Era cuestión de tiempo a ser juzgada y así, tener el castigo de no salir del Inframundo ¿estaba lista? Por supuesto que no.
Mi celular suena en mi bolsillo. Tengo una llamada entrante. Frunzo el ceño, y observo el numero en la pantalla luego de sacarlo de mi chaqueta. Numero desconocido.
Atiendo.
—Papas fritas. Buena elección, Evans.
Cierro los ojos por un instante, frustrada.
—¿Quién te dio mi número, Amenadiel? —carraspeo, mientras empiezo a mirar para todos lados, buscándolo.
Quizás me estaba siguiendo y yo ni cuenta me he dado. Bueno, sí me estaba siguiendo si me había visto comer papas. Dios mío que rabia.
—Lo tengo hace tiempo, pero nunca se me dio la posibilidad de llamarte —confiesa —¿No te sientes algo aterrada al saber que alguien te está siguiendo? Es decir, supongo que así se debe sentir Dante, tu próxima víctima.
Me paro en seco con el celular en mi oreja.
—¿Eres tan cobarde para no venir y decírmelo en la cara? Porque te juro que te llenaría el rostro de moretones con todos los puñetazos que tengo ganas de darte —mascullo, con la adrenalina aumentando en mi sistema.
—Dame lo que tengas morena.
Me sobresalto de tal forma que me volteo y le doy un puñetazo de puño cerrado en el rostro a la persona que me susurró eso en el oído.
Lo primero que veo es a Amenadiel, dando marcha atrás, algo encorvado y con una mano cubriendo su rostro.
—¡Ya, ya entendí! —exclama, adolorido.
—¡¿Qué demonios contigo, Amenadiel?!
Me lanza una mala cara, recomponiéndose de a poco. Sigo con mi puño en alto en un intento de autodefensa. Aunque creo que me veo ridícula en esa pose.
—Te vigilo ¿no es obvio o te lo dibujo? —espeta, malhumorado.
—¿Te golpeo con la otra mano o con el pie?
Se recompone, serio y me sigue mirando con un disgusto notable. Sigue teniendo el mismo atuendo de hoy: saco oscuro, zapatos oscuros y pantalón oscuro. Lo único que cambia ahora es que tiene una bufanda gris en el cuello y un gorro del mismo color cubriendo la mitad de su frente.
—Eres un grano en el culo, Amenadiel —meneo la cabeza, analizándolo —¿Hasta cuándo seguirás pisándome los talones?
—Hasta que regreses al Inframundo —se encoje de hombros —, de donde no debiste salir.
—Tengo el permiso de mi madre para estar aquí y donde se me antoje —espeto, empezando a caminar de brazos cruzados.
—Tu madre no tardará en darse cuenta de tus intenciones y los actos que cometiste, Aria —me recuerda, torturándome, mientras camina detrás de mí.
—Sólo fueron errores.
—Peter Williams también fue un error ¿verdad?
Trago con fuerza. No respondo.
—Felipe Torres ¿tampoco lo fue? —insiste, con voz paciente —¿Cómo puedes dormir por las noches sin sentirte culpable por sus muertes?
—No fue culpa mía que ellos me amaran. Como tampoco fue mi culpa que terminaran muertos.
—Agradece que son almas del Olimpo y no terminaron en el Inframundo. Te amaron y se suicidaron porque no podían soportar el hecho de no tenerte.
—Agradecería que te callaras, Amenadiel —le advierto, con los dientes apretados.
—¿Es así como quieres que termine Dante? ¿Muerto?
—No voy a matar a Dante —le informo con un nudo en la garganta.
Amenadiel suelta una carcajada que alimenta mi enojo.
—¿Por qué no te creo? —me pregunta, irónico y camina a mi lado, alcanzándome. No lo miro—. Eres una joven inmortal que busca hace mucho tiempo avanzar al Olimpo y tener la divinidad de las diosas. Ser adoradas como ellas. Porque claro ¿quién podría adorar a una diosa de Inframundo? ¿Quién le daría sus plegarias a una joven entre las llamas?
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero ninguna cae. Sus palabras comienzan a herirme, pero no quiero demostrárselo. No quiero que consiga lo que quiere. No quiero que se me meta a la cabeza.
—Puede que me estés hiriendo en este preciso momento, pero tus palabras no me enviaran al Inframundo nuevamente —le respondo, tajante —. Tu insistencia es en vano, Amenadiel. Ve a buscar un pasatiempo, no sé, lee un libro, planta un árbol—muevo la mano con desdén —. Lárgate.
—No.
Eufórica, tiro de él tomándolo de la manga y lo meto en uno de los tantos callejones que hay al pasar. La oscuridad de pronto se intensifica, el olor de los basurales también. Estampo contra una pared a Amenadiel y sólo consigo que él me dé una media sonrisa, escondiendo con aquel gesto su lunar en la mejilla.
Tomo con ambas manos las paletas del cuello de su saco, enfadada.
—¡¿Qué mierda tengo que hacer para que dejes de acosarme?!
—¿Volver al Inframundo? —me ofrece, divertido.
—¡Eso no va a pasar!
—Entonces puedo ofrecerte algo mejor, digo, para evitar que tu atención esté en matar a alguien.
Retira un mechón de pelo de mi mejilla y lo desliza por detrás de mi oreja. Lo que siento ante su contacto me deja tan desconcertada que me aparto bruscamente. Me quedo helada, tratando de entender cómo alguien tan frio como él puede tener semejante intención.
—Si te encanta jugar Aria, quiero invitarte a un juego que seguro te gustara —saca su sobre de cigarrillos y su encendedor metálico. Se lleva uno a los labios y lo enciende, el color del fuego es tan llamativo que lo veo, admirada, como si fuera la primera vez.
Entonces veo que se marcha y dobla hacia la calle. El humo de su cigarrillo sigue merodeando a mi alrededor, mientras veo como se aleja.
Luego de repensarlo más de una vez, decido seguirlo.
Un auto pasa a mi lado y en él se escucha la canción I get around de The Beach Boys a todo volumen.
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Sedúceme si puedes (libro 3 TRILOGIA SAGA EL PECADO DE LOS DIOSES)
RomanceAria Evans es una diosa que tiene a todo hombre a sus pies. Es consciente de ello y la hace sentir con poder. Pero aquella belleza es invisible para el resistible Dante, su amor no correspondido. Muere por él y mataría por conseguir su atención. O...